martes, 12 de enero de 2016

La puerta del Edén.

Un tío despeinado, con el pelo rizado, alegre, sí, incluso el pelo, quizás. Me he fijado que tiene un pegote pastoso como de gomina en todo el centro del cráneo, marcando un eje rotatorio y transversal imaginario. Y es que anda dando vueltas por toda la papelería, pero no es que aligere el paso de la clientela, qué va, es su inquietud, enarbolada con su natural alegría danzante y alguna que otra sonrisilla más muletilla pretendidamente simpaticona.

- ¿Cuánto vale? -
- Uno noventa.-
- Pues déjalo. Me ha dicho mi hija que si pasaba de uno cincuenta, que no lo cogiera.-
-¡Hombreee, si es por eso, se lo dejamos a uno cincuenta! –Insertar ahora sonrisilla más muletilla simpaticona-.

Pero me cae bien el tío. Es el de la papelería de enfrente. Siempre voy a hacer fotocopias allí. En algunas pone “Escuela Técnica Superior de Arquitectura”. Entonces, el hombre me mira a los ojos y medio en broma resopla y deja escapar un “difícil, eh”. Luego me dice que su hermano había estado ahí metido, y que se los conoce a todos. En ese momento, le vuelvo a dar vueltas interiormente a mi posible plan B, por si todo sale mal: como meterme a Filosofía y esas cosas.
La otra cosa que siempre me suele suceder cuando vuelvo a la papelería de enfrente es que el ordenador del simpático este no me detecta el pincho. Como en su tienda el tiempo se detiene, como atravesamos una grieta espacio-temporal nada más cruzar el marco de la puerta, se lo toma todo con calma. Bueno, pues vamos a ver aquí, en esta ranura. Bueno, pues vamos a ver en esta otra ranura. Bueno, otra vez en la primera. Mira, chavalote, esto no va – insertar muletilla simpaticona + relatar historias de cuando su hermano estudiaba arquitectura -. Lo volvemos a intentar, si no nada.

Vuelvo con otro pincho al cabo de diez minutos. He tenido que subir a casa y volver a bajar. Atravieso de nuevo la puerta del Edén, el mágico marco tras el cual se detiene el tiempo en una papelería de barrio, entre conversaciones tan intrascendentes que resultan hasta acogedoras, mezcladas con esa bruma paciente que flota en temporada de exámenes. Tengo que ponerme de nuevo a la cola, que fluye despacio, pero el hombre detrás del mostrador está todo el rato de un lado para otro, pero no por aligerar el paso de los clientes, qué va, es que se lo toma con gusto y con calma.

4 comentarios:

  1. Hace demasiado que no me pasaba por aquí. Pero, ¿sabes? Cada vez que lo hago, me inunda una sensación parecida a la que describes en esta entrada. Cada vez que leo lo que escribes, parece que el tiempo se ralentiza, incluso que se para, y a la vez, me invade algo muy, muy cálido.

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    1. Me alegro mucho de hacerte pasar un buen rato cada vez que te pasas por aquí. Aunque solo escribo cosas, de vez en cuando, además. Así que cuando dices que consigo parar el tiempo me quedo encogido y me siento pequeñito y solo puedo decirte muy humildemente que muchas gracias. :)))))

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  2. Desde luego es banal y desde luego puede ser trascendente si le das la perspectiva adecuada. ¿No hay otra papelería cerca? Aunque entonces ya no sería tan trascendente.

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    1. Está la copistería cutre de la manzana de abajo, aunque siempre que entro, con mis nuevas manías finolis recién adquiridas de estudiante de arquitectura, acabo por desquiciarme porque me cobra una pasta increíble por algo cutre, cutre. Pero eso es otra historia y tal... jajaja

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