Todo era una
densa niebla enfrente de él, no conseguía librarse de ella, todo se le venía
encima. Niebla insaciable, inmensa, infinita, no tenía compasión, engullía todo
signo de esperanza. No había solución, no existía vía de escape, la desolación
en forma de niebla. Indefenso, desesperado ante aquella vasta nube que le
derrotaba. Cada vez se sentía más acorralado. Confusión, soledad, indecisión,
duda. Como unas fauces hambrientas de alma que venían a por él. Pero levantó la
cabeza y un haz esclarecedor salió de su ser. Un haz de voluntad que hizo
frente a las tinieblas. En aquel momento supo que había decidido su destino,
estaba condenado. Pero avanzó. Aquella turbulenta bruma retrocedía ante su
decidido paso. La niebla se disipó rápidamente con un angustiado gemido que
reflejaba la derrota. Entonces supo lo que debía hacer. Un gesto delicado y las
manos se deslizaron por el piano. Sonó la melancolía dulce y clara del preludio
y lo siguió una tormenta de emoción y rabia desahogada en fuertes acordes. El
piano era él y él era el piano. La música misma estaba reflejada en su rostro.
Estaba llevando a cabo la interpretación más arriesgada y personal de su vida.
Llegó a un punto peligroso, su vida corría peligro. Había decidido entregarse
en plenitud. Había perdido el control de su ser, la música misma se expresaba
en su manifestación más pura. A medida que interpretaba la obra oía los
lamentos y gritos ahogados que en ella se escondían y se integró en la profunda
tristeza que en ella había escrita. No podía soportarlo pero había decidido
afrontarlo aún sabiendo que podría acabar destrozado. Empezaba a sentir dolor,
un dolor muy intenso en el pecho. Había perdido la mente, el control. Pero era
imparable. Acabó. Un silencio asombrado por lo que se acababa de presenciar.
Los presentes estaban abatidos ante tal espectáculo macabro. Habían presenciado
la agonía de un demente perdido por la música. Entonces, moribundo, el pianista
se levantó con dificultad, se inclinó hacia el público y, acto seguido, cayó
inerte encima del piano haciendo sonar el acorde final de su vida.