Había pensado titular esta
entrada, primeramente, en un arrebato de pedantería, como “Soliloquio inconexo
por conjunción de un diedro y medio”. Se me planteaban serios problemas a cerca
de saber, a ciencia cierta, si era más pertinente colisionar uno, dos o dos diedros
y medio. A medida que seguía mi irrefrenable pluma escribiendo, reflexionaba
concienzudamente, y un destello de luminosidad aclaradora hizo que me viera rendido
ante las fauces de la frivolidad, vencido ante un vacío de significado.
Haciendo alarde de valentía y transparencia, de sinceridad, decidí retitular mi
texto como: “Parafernalia concebida en base a ninguna utilidad práctica”. Pero
inmediatamente retrocedí en el impulso, habiendo perdido este toda su ferocidad
estética y conceptual. Retorné a la idea primigenia, a sabiendas del embrollo
en que me había metido, y supuse que, a raíz de los acontecimientos, un buen
título, casi premonitorio del desastre que estaba por acontecer, sería: “El
nacimiento de la tragedia”. Pero creo que ahí ya estaba pecando de falta de
originalidad, así que pensé no aludir a la tragedia en general, sino a mi única
y propia, a la mía en particular: “El nacimiento de una tragedia”. Poco
convencido estaba. Girando el papel entorno al eje de mi dedo índice, perdiendo
el pensamiento como quien pierde la vista ante un maravilloso y bucólico
escenario alpino, quise hacer de este un avión de papel. En el momento en que
iba a desprenderme de él, lanzándolo a vagar por dondequiera que lo llevara el
viento, caí en lo hermoso del concepto, del surcar de las palabras que en él
iban pasajeras. El título se me mostraba ante mis ojos: “El carácter efímero
del verbo”. Pero rehuí de tal abordaje conceptual; buscaba algo más accesible. “
El avión de papel”; “El caso del avión de papel y las palabras que llevaba
consigo”; “Las palabras pasajeras”. Aquello me parecía ya una cursilada sin
precedentes. Enfadado de nuevo con la existencia, irritado con el todo y la
nada, el absoluto, di rienda suelta a mi imaginación, creyéndome un buceador
del subconsciente. “Sobre voluptuosos encuentros entre intrincadas categorías y
cerros nevados”; “La caída inadecuada de la luz matutina en el pozo de enfrente”;
“El saber retorcido del paso de los granitos de arena por el estrecho cubículo
que todo ello conforma un reloj de arena”; "La mirada consciente del reptil hiriente”.
Se acabó, joder. Ya vale. Hala. Punto. Me he cansado. Lo dejo todo como estaba.