miércoles, 24 de agosto de 2016

Apatía.

Evitar las malas compañías: gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Compañías de zombies, seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo está vivo.
 El arte de amar, Erich Fromm
 

Ahora tengo este aparato entre las manos, negro, de reflejos plateados. De antiguos reflejos plateados, cierto, ahora es un tubo roído a intervalos de sucia plata. Y, ¿qué hago? Oh, sí, me dejo llevar, es la apatía, y el pensamiento se transporta harto de cansancio y explora otras cosas. Bajo la bruma sonora, como un refugio, como un autómata con su aparato, hastiado, angustiado, apático.

Luego es necesario atender a ciertos convencionalismos, afirmar sin saber qué te han preguntado, participar en la medida de lo posible de conversaciones triviales, estúpidas, huecas. "Buf, qué frío hace". Después regresamos, el fútbol suena en la radio, algunos gruñidos incomprensibles o mismamente triviales, como antes. La apatía, el silencio, yo callo y observo con pena la patética escena. Me invita a huir, a fugarme inventando, a escapar imaginando a cualquier lugar que no me haga partícipe de este teatro funesto. 

Llego a casa y me quito la corbata. La dejo donde estaba.