Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Cesare Pavese
El otro día paseaba de noche y un
cartel gastado, pegado en una puerta de madera y color verde. Con letras
mayúsculas toscas rezaba: Prohibido
aparcar, se llama a la grúa. La escena era trágica. La puerta no abría más
que a un solar abandonado, cercado entre paredes semiderruidas y con varias
pintadas en sus muros, sin cubierta alguna que le protegiera de la intemperie. Y
justo delante de la puerta verde donde el cartel estaba apostado, había
aparcado un coche, sabedor de que aquella sentencia jamás habría de cumplirse;
se había convertido en el eco de un tiempo pasado, en la prueba de la muerte de
aquel humilde ser edilicio que hubo luchado por ser reconocido en su pequeña
esquina de la calle.