Siempre que llevo una camiseta
guay el profesor de Filosofía, al que llamaremos Jimmy Jazz en este mi blog,
detiene sus metafísicas explicaciones y me clava la mirada en el pecho. En el
silencio absoluto me señala. –Es Frankenstein, bien, me gusta- sus ojos azules
y nerviosos indican una miscelánea de parodia, extrema atención y un “lo digo
totalmente en serio”. Después es cuando se acerca a la ventana, sube las
persianas y recita haikus improvisados mientras otea el horizonte con mirada
perdida, describiendo el paisaje
melancólicamente. La clase le mira fascinada.
Luego están los químicos que
confunden mi camiseta de la tabla periódica de Minecraft con la tabla periódica
de los elementos. Como sé que siempre sucede me la pongo en los exámenes de
química para ver cuál es su reacción. -Oh, qué bonita, es la tabla periódica-
dicen. -Es de un videojuego, no es la tabla periódica- digo. Acto seguido, me
miran extrañados y un tanto desilusionados. –Ah, bien-
Pero siempre están esos momentos
en que los profesores sueltan alguna frase meritoria de ser considerada cita
célebre. Así pues, mientras resolvíamos fatigados un problema de dinámica la
profesora de Física nos soltó: - A mi, cuando me estaba sacando el carné de
conducir, siempre me decían que “aunque pongas la virgen en el coche, esta se
baja a partir de los 100”- Todos reímos, salvo la semana pasada (como diría
Rajoy), en la cuál apareció por la puerta con las notas de los exámenes de
Física. “Esta vez ha sido la peor”. “Nunca me había pasado algo así” y esas
cosas que dicen siempre los profesores cuando salen los exámenes mal. No sé,
pero siempre dan a entender que el curso del año anterior lo hacía mucho mejor
que nosotros. Y la verdad es que no me salen las cuentas, porque si siempre
somos los peores y esto se repite sucesivamente, a los últimos les toca sufrir
la insoportable carga del destino: bajo cero. Aunque estos podrían ser
rescatados por el eterno retorno nietzscheano.
Recuerdo entonces. El profesor de
filosofía se sentó encima del respaldo de la silla y se inclinó hacia nosotros.
Las persianas estaban entreabiertas y los rayos de luz afilados se colaban por
ellas y flotaban iluminadas las motas de polvo. -La realidad imita al arte –
nos dijo antes de bajar las persianas. – Las nubes son como de un cuadro
impresionista y nosotros tenemos que bajar las persianas-.Vampiros de nosotros,
nos sumimos en la oscuridad y Jimmy Jazz empezó a recitar los “versos” de
Nietzsche, sus “sentencias y flechas” propias de un atormentado que escupía
tantas verdades que se convertían en locura. Y
nada tenía sentido y Nietzsche se volvió loco al descubrir la ignorancia del
hombre y estrellarse de bruces con ella y todo seguía sin tener sentido. Pero
el vicioso círculo de la vida, el eterno retorno, la insaciable repetición, la
aleatoriedad del choque de los átomos en sus infinitas sucesiones infinitamente
repetibles volverá a matarnos como lo hizo con Nietzsche. Se volvió en su
contra, tal vez, porque descubrió la poesía de la vida.
Para más banalidades cuando
trajeron una tortuga a clase para la asignatura de Biología. Medía treinta
centímetros y decidieron esconderla en un cajón (pobre animal). Cuando llegó la
profesora de CMC le pidieron que lo abriera y dio un brinco al ver al anfibio
allí encerrado. La profesora de Inglés decidió que no le importaba que la
tortuga estuviera campando a sus anchas por la clase con tal de no tenerla
encerrada; así que tuvimos una tortuga paseando por entre los pies mientras nos
explicaban las condicionales del Inglés.
La clase silenciosa escucha el
monólogo del filósofo con atención. Sus ojos moviéndose cual centellas y sacudiéndose
el pelo una y otra vez. Ahora es cuando suena el timbre de las tres menos diez.
“Bueno, chicos, salimos de clase” y todos se levantan apresuradamente para irse
a sus casas. Están los que
recogen rápido porque tienen prisa, los que recogen rápido por virtud y los que
aunque tengan prisa no la tienen. De esos soy yo. Bajo las escaleras el último, con mi mochila a cuestas sobre un
hombro, la chaqueta colgada de un asa y con la paciencia de quien ha comprobado
que todas las luces están apagadas.