Entro en una librería. Veo
libros, muchos libros. Me vuelvo loco y pienso en cuantas vidas debería vivir
para leérmelos todos. No salen las cuentas y decido intentar subdividirme y que
me salgan dos cabezas. ¿A qué huelen los libros? Yo soy de esos que hunde sus
fosas nasales entre las páginas a ver qué le suscitan. Qué estímulo capta. Y es
verdad que puedes palpar el granillo de las hojas de cada edición distinta. Y
si es viejo y las hojas son amarillentas-anaranjadas, huelen a historia vieja y
son aún más interesantes. Voy a una librería de viejo dispuesto a sumergir el
hocico en cuantos libros pueda. Remuevo sus páginas, las paso rápidamente por
delante de mi. Empiezo a leer la parte trasera pero no acabo porque tengo
cuatro libros más en la otra mano y, ¡mira este! Cojo otro.
Entro en el metro. Veo libros,
muchos libros. Veo tablets o libros electrónicos de esos de color blanco tan
falso de sus hojas de bits. Cuando veo gente leyendo libros corrijo mi postura
suspicazmente mientras estoy apoyado en el plano de las líneas del metro para
alcanzar a descubrir el título de la obra. Cuando veo gente leyendo tablets o
libros electrónicos de esos de color blanco de las hojas tan falso… Ey, espera.
Si no puedo descubrir el título. Miro por arriba, por debajo. Bien, creo que lo
pone arriba, en la parte de arriba de la hoja, muy pequeñito. Pero no huele,
¿no? ¿A qué huelen los libros electrónicos? ¿Sueñan los androides dentro de
libros electrónicos?
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