Abajo.
Mis manos aferradas a la tela.
Algo lo ha engullido todo y se lo ha llevado.
Sollozo.
Rabia.
Ni veranos escurridizos ni
inviernos interminables. Ni capas cadavéricas de hojas muertas, cubriéndolo
todo, ni primaveras esclarecedoras. Solo los momentos que venían, pasaban y ya
se han ido. Solo están las putas esquinas que ahora quedarán vacías. Se rompió
todo. Se rompió aquel día en que renunciaba a la eternidad por pasear por
puentes infinitos. Me encontré con parte del cielo tendido en mis brazos… y
todo eso que se iba volando.
Arriba.
Fuera.
Bien, vamos a ver. ¿Está todo en
orden? ¿Seguro que está todo en orden? Los poemas, ¿dónde están los poemas? Ni
una lágrima, solo una leve sonrisa melancólica. El puente, el lado del río, el
sofá mugriento, el banco de debajo de la farola. Seguimos, a ver, unos zapatos
rotos, agua burbujeante… ¡La canción! ¡La canción! ¡Los gritos al aire de
rebelión! Esto… también las frustraciones, también. ¿Qué más? Los momentos… los
momentos. Una lágrima pasada, un escrito, una nota… Las risas, las sonrisas,
las caricias. Recordar no es malo, mantenlo en su sitio. Pasado.
Mantenlo en su sitio.
Arriba.
Me acuerdo del consejo, sí, de
ese consejo. Espalda recta, palmaditas en las piernas, salto hacia arriba y
salir gritando. Salir gritando. Cabeza en su sitio. Bien. Barba. Me la
acaricio. En su sitio: rasca. Podemos seguir adelante.