domingo, 28 de septiembre de 2014

Dosis.

Sé lo que me pasa. Sé exactamente lo que me pasa. ¿Euforia? No, ¿qué dices? Se está acercando. Noto como se acerca. Nerviosismo. Paseo por la casa sin rumbo y sin rumbo dejo de pasear. Me lavo la cara con agua fría, me miro en el espejo. Me vuelvo a lavar la cara con agua fría y me vuelvo a mirar en el espejo. Sacudo la cara mientras me miro con mis ojos fijos. Corro nervioso, de nuevo, pero esta vez doy vueltecitas sobre mí mismo. Miro al techo y pienso, busco, remuevo, desentierro, descubro… ¡Joder, eso es bueno! Y por mi habitación veo a Celaya apuntándome con su poesía. Y encima de mi mesa veo a Kerouac amenazándome con cohetes amarillos que explotan como arañas entre las tinieblas. Y me dan ganas de salir al jardín y enfocar al sol a través de un trozo de cristal punzante y en forma de media luna.

Existen ese tipo de personajes ensimismados en su propia idea. Encogidos…bueno, no, más bien encorvados, con las manos detrás de la espalda, dando vueltas en círculo como una pantera presa. Pero no viven aquí. Sé qué les pasa. Sé exactamente qué les pasa. Están notando como se acerca. ¡Joder, vaya si lo notan! En ese momento es cuando se paran en seco y desenfundan el carboncillo y empiezan a mancharlo todo con sus ideas insolubles y encolerizadas, mezcladas y sosegadas, mortecinas y oscuras.

Yo sigo mi ritmo acelerado. Estoy tenso. Sé exactamente qué me pasa. Quiero escribir. Quiero azotar el teclado y escupir palabras, escupir por los dedos. Lanzar epitafios malditos a pétalos que se pudren y que se lleva el viento. Quiero vaciar el alma o desgarrarla. Pero no lo haré hasta que la casa esté silenciosa. Hasta que no haya ni un ruido que pueda alterar la impermeabilidad de la sala. Hasta que esté cara a cara conmigo mismo. Entonces: me queda dar vueltas o abrir la ventana y gritar que se vean las estrellas. Tendré que esperar a quedarme solo.

Me doy miedo. Me he transformado en una especie de bestia. Cuento sin parar y devoro los espacios en blanco. Me aíslo del mundo exterior. Cuando entro en trance empiezo a no entender lo que se cuece fuera. Y de pronto te pueden dar ganas de llorar. Puede ser que me haya equivocado. No he esperado a quedarme solo y he mantenido contacto. Cuando soy un extraterrestre me convierto en irascible y ofuscado. Tendría que haber esperado a quedarme solo. No distingo lo siguiente que sucederá de los espacios en blanco. Lo dejaré aquí.
                                                                           
"                                                                     
-¿En cuáles piensas ahora?-
- Pienso en las que vemos y ya no están, las que igual desaparecieron hace miles de años pero siguen ahí.-
- Esas son las que más hacen pensar. Yo también pienso en las que están… pero ya muertas-
"

jueves, 18 de septiembre de 2014

Azul edulcorado.

Oh, mierda, otra vez. Un agujero aparece en la entrepierna de mis pantalones vaqueros. Cuatro o cinco luminosas soluciones pasan por mi cabeza. Aunque creo que al final me quedo con la de poner un parche improvisado. Luego empieza a levantarse mientras voy andando y acaba correteando por mis piernas, como las monedas que llegan hasta la planta del pie cuando tienes los bolsillos agujereados. Finalmente: tendré que reemplazarlos.

Atravieso el portal acristalado y de pronto me hallo sumergido en un estereoscópico festival de música discotequera, entre trapos y prendas edulcoradas (no sé, ahora todo está edulcorado), mangas de camisas desteñidas y poperos colores amarillos. Están ahí, las capitalizadas expresiones faciales de ídolos del cine en forma de camisetas, apiladas unas encima de otras sin consenso alguno. “¡Oh, dios, ese es un Stormtrooper!” Salto al hiperespacio de arco iris. Quiero comprar y consumir. Siento el impulso de levantar el brazo, puño en alto, y moverlo al compás de la música BUM BUM BUM… Pero, bien. Venimos a por pantalones. Simples. Sacudo la cabeza y despierto. Rápidamente, mientras mi expresión de asco va progresivamente en aumento, doy una pequeña vuelta por la tienda. No hay pantalones válidos y, si los hay, los dejo por el camino. Vengo de otro planeta. Los entes que por ahí moran son esclavos de los trapos, los trapos de colorines edulcorados. El nerviosismo va en aumento y decido salir corriendo. Salgo un tanto encogido. Reflexiono. Inevitablemente, la moda acaba resultando una expresión puramente personal. Pero esa expresión casi involuntaria, a veces, termina en una desvalorizada obsesión por aparentar. Me abruma. Tanta superficialidad me insta a querer salir de ahí.

Azul casi transparente. Mi debilidad es la cultura capitalizada. Libros, libros. Puestos a gastar dinero, gastémoslo en libros. Es una especie de fetichismo. Azul casi transparente. Solo el título del libro me llama la atención. Azul casi transparente como el de algunos pantalones desgastados a propósito que podía haber encontrado después de atravesar aquel portal de cristal. Mi futuro pantalón queda transmutado en “Azul casi transparente”, del Murakami oscuro. El otro.

Es como un puñetazo de crudeza y personalidad. La vida a través de los ojos de unos jóvenes heroinómanos pero con un aire intimista, puro, una especie de haiku suicida. Luego el protagonista sale al balcón únicamente a contemplar el horizonte mientras llueve de forma reconfortante. Solo él lo entiende. 

lunes, 1 de septiembre de 2014

De las últimas.

Paseando por la calle mayor que iluminada empezaba a estar de las primeras luces nocturnas. Aún la luna cedía los últimos rayos de luz al sol; la luz atenuada. Media tarde. Bajando por la calle al ritmo de la música de nuestra propia energía. Las ocho.

- Tío, he tenido una idea. Cada cinco pasos saltamos arriba y fotografía -
- ¿Qué dices? -
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco… -

Yo en un giro aéreo me encaraba a la cámara y ella disparaba. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Al oír el quinto paso me vuelvo y salto. Fotografía. Después de unas cuantas repeticiones me adueño de la máquina. Yo hago la cuenta. Me persiguen porque la idea les parece estúpida. Se interponen entre mi objetivo y ella. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

-Tío, no me dejáis alternativa. Voy a saltar y apretar el botón a la vez para que no salgáis delante –

Llegamos al lugar concurrido, al triángulo de bares de la calle mayor, al triángulo de las cañas. Me dicen que deje de hacer el idiota con la cámara. Nos adentrábamos en una tasca a por nuestra bebida rubia. Cuatro normales y una con limón. Acto seguido conspirábamos sobre la noche del día siguiente.

 - Vaya maneras...  – mira a los demás y apunta – El otro día decíamos que mañana íbamos a pillar y él dijo “a mi me van intelectuales”. – Pone gestos un tanto burlescos. Abro los ojos e intercedo.
-  Yo me hago el interesante – acabo arqueando la ceja – y hablo de literatura y del nihilismo de la vida y esas cosas… (aquí es como que quieres dar la sensación de rollo bohemio y tal)
-Mañana ligamos hablando de matemáticas – mirada cómplice y estrechamos la mano.
-Mira, mira. Primero entras con la canción, luego cuentas el chiste de la parábola y preguntas sobre la fórmula. –
-¡¿Y el juego?! Cuando te digan la palabra, espalda al suelo. –
- Dios, dios, dios, dios. Canción, parábola y… joder,  ¿en medio dices la palabra y como un gilipollas con la espalda pegada al suelo? –
-Hasta que te toquen, espalda al suelo – Se supone que cada uno teníamos nuestra palabra clave y cuando alguien la dijera tendríamos que pegar la espalda al suelo y no levantarnos (opcionalmente hacer la cucaracha) hasta que cualquier ente nos rescatara simplemente con un leve contacto.

Ahora reímos todos. Las risas veraniegas apagan la conversación. Septiembre es el mes decadente, todo lo que quedaba pausado vuelve a ponerse en marcha, todo lo que había quedado en la bruma empieza a condensarse y aterrizamos. Esta era de las últimas. De esas en que la luna cediera los rayos al sol de las ocho de la tarde. Luz atenuada.