Billie Blues, ecléctico despojo
de la humanidad, siempre distante de los cánones de belleza. Hoy ha salido por
la ciudad. Una gran luna vigilaba todos sus pasos, pero ha sido porque no tenía
más remedio. La juventud de la noche lo ha rechazado. Miraba con recelo a los
afortunados del fondo. Anhela la superficialidad esa, la que es leve pero los
hace lucir como estrellas entre tanta oscuridad. Pero, acto seguido, se siente
un renegado. No pertenece al mundo de los vivos. Más abajo. El cartel de la
entrada le escupía y le hería: “Ellas entran gratis”. Un hilo de rabia empezó a
fluir. ¿Dónde estaba? Aquellos que alardeaban. Aquellos otros que se
aprovechaban del sudor…
Suiguió el camino que marcaba el
fin de la noche. La luna se había rendido. El sol salía. Billie Blues también
se había rendido. El sol salía. El camino de tierra se manifestaba en penumbra.
Había llovido. Un zapato de tacón mojado estaba tirado en el suelo. No tenía
dueño. Se quedó mirándolo un instante y siguió andando. Recordaba haberlo visto
la semana pasada en ese mismo lugar. Era un zapato triste. Le recordaba lo
abatido que estaba.
Billie Blues encaja las llaves en la cerradura y pasa hasta
el fondo del pasillo. Las luces están apagadas, el silencio reina. Enciende una
lámpara pequeña y una luz tenue empieza a hacerle compañía. Ahí está. Y lo ve.
-Un elefante carmesí me aguarda cuando llego de noche y están las luces
apagadas. De pronto aparece en su rincón de la estantería, con su singular
gesto y su tornasolada sonrisa, una mirada de ironía y sentado sobre sus patas
traseras. Está debajo del pianista cubano cabezón, rodeado y bien guardado
entre libros viejos y polvorientos. Levanta la trompa y se toca la parte
posterior de la cabeza al mismo tiempo que, sonriente, saluda con una de sus
patas en alto. Creo que es un amuleto para el sexo y la fecundidad que debes
poner en la mesita de noche como si fuese un guardián para que tenga efecto, o
eso me dijo aquel senegalés de Florencia.-
Medita Billie Blues, mirando la
inmóvil figura de la estantería. Es un duelo de silencio, un duelo entre una
mirada muerta y otra aparentemente viva.
- El senegalés de las calles de Florencia me sostuvo la mano y me puso la
figura. Nos dijo que era un regalo. Sin dejar de tenérmela me explicó todas sus
maravillas y milagros. Luego nos pidió algo de dinero por la figurita carmesí.
Me la guardé en las profundidades de la mochila. Ahora que reposa en el
estante, mientras me mira con tono de burla, me fijo en su oreja. Está rota. Está
rota en medio de este silencio nocturno. Está rota la oreja del elefante
carmesí y yo, enfrente de él, con mirada persuasiva. Y él, frente a mí, con
gesto convencido. Parece que me esté retando. Parece que me esté diciendo algo.
Parece que me mire con aire de experiencia, que lo comprenda todo, que se ría
sarcásticamente de todo lo sucedido. Parece que haya sido el que ha dejado el
zapato abandonado en medio del camino.
Estupendo relato, Tomeu. A propósito, muy apropiado el nombre de tu protagonista. Aunque hay muchos tipos de blues, la mayoría suenan tristes y melancólicos. Como el protagonista de tu relato. Un abrazo.
ResponderEliminarSí, la verdad es que venía a ser eso. Me quedé un poco encogido después de escribir esto. A ver si aparece algún Disco Stu o Jimmy Jazz por ahí, no tan apático jajaja. Gracias por comentar.
ResponderEliminarUn saludo.