Igual es tan tarde que empieza a
ser demasiado pronto; podría ser prontísimo para empezar a confundirse con
demasiado tarde. Pero no pasa nada, estoy a mis anchas, estoy donde quiero
estar porque se ven las estrellas si abro la ventana. Me he visto saliendo del
cine. He salido al exterior. Hacía bastante tiempo que no trascendía hacia ese mundo
expansivo y sin límites, hacía tiempo que no me sumergía en ese mundo. Lo
echaba de menos. Y es que mi fibra sensible, quizás, sea la ciencia ficción.
Hemos seguido paseando después de casi tres horas de película y yo le seguía
dando vueltas al mismo momento. El dilema trascendental. La elección que
inevitablemente va a guiar el futuro de toda la especie. Es uno de esos
momentos en los que tocamos los límites de lo real y nuestra condición de
imperfectos humanos nos delata. Miro hacia arriba y me transporto. Ya estoy a
bordo.
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Moondog. Cosmic Meditation. 20 min. aproximadamente de inquietante
tranquilidad sonora espacial.
Se encienden los motores y se
inicia el despegue. La misión está clara: explorar la infinitud del vacío, más
allá de nuestro planeta, en busca de un lugar donde volver a plantar las
semillas de nuestra civilización. Nuestro planeta agoniza, se muere, respira
aire intoxicado, polvo de podredumbre que lo entierra todo como aquellas hojas
amarillas del otoño. Tiempo. Tiempo. Más tiempo. Pero este escasea, y a veces
pasa lento, o demasiado deprisa, no lo sé, es relativo. El tiempo que
transcurre y nos acerca a nuestro objetivo a su vez aproxima a la humanidad
hacia el fin. Sobre esa base jugamos. Ese es nuestro tablero de juego. De
pronto, los astronautas se encuentran colgados en la inmensidad. Los cálculos
pueden fallar. Nuestras matemáticas también son humanas. ¿Y si fallan? ¿A qué
nos sujetamos? La racionalidad queda invadida por nuestras almas. Cada aliento
es un cálculo, cada gota de sudor es una cantidad exacta de energía, cada
suspiro, cada esfuerzo, cada parpadeo es un segundo de vida. Las decisiones son
binarias; no se puede apelar a los sentimientos.
Primer dilema. De nosotros
depende la supervivencia de la especie. Sale el capitán con expresión magnánima
y empieza la asamblea de tres: el ya mencionado capitán, la doctora experta en
física de la relatividad y el astrofísico afamado y apasionado venerador del
cosmos. Debemos atravesar un espacio de distorsión temporal y cada minuto que
pase será equivalente a unos cuantos años en la Tierra. Inevitablemente
hay ambiente de tensión, terror. Todo cuanto conocemos puede que se esfume en
el transcurso de unos minutos, allá en nuestro hogar, mientras nosotros apenas
lo inadvertimos. Puede ser que viajemos demasiado rápido y cuando regresemos ya
todo se haya ido. Estamos solos. Colgados. Nadie nos oye. Tenemos una gran
carga sobre los hombros, la carga de la responsabilidad. Pero, ¿somos capaces
de renunciar a todo cuanto queremos por la razón de actuar por esa causa
superior, tan lejana? ¿Y si es aquello a lo que renunciamos la causa por la que
luchamos? ¿Y si son todas las personas a quien amamos? El debate es intenso.
Tres simples mortales acarician los límites de la inmortalidad. El valeroso
capitán, de sólida moralidad, duda en si retroceder. La doctora medita,
preocupada, incapaz de atisbar algún argumento moral en cualquiera de las dos
soluciones. El venerador del cosmos asiente y se resigna ante la inmensidad
incomprensible de la realidad y nuestra condición de granitos de arena
esparcidos entre las estrellas aunque, finalmente, cree que debemos seguir
adelante.
Segundo dilema. La decisión está
tomada. Pero el acuerdo no era general. La duda. No somos ordenadores que
tomemos decisiones binarias, apreciamos los matices, nos venimos abajo, surge
el remordimiento, da paso a la desconfianza. El astrofísico venerador de las
estrellas duda de la debilidad emocional de los otros dos. El capitán duda del
excesivo idealismo del loco científico. La doctora piensa que la heroicidad
vanidosa del capitán puede hacerle tomar decisiones imprudentes. Se observan
unos a otros en el silencio, entre el sonido armónico de los controles de la
nave. Los ojos están inyectados en sangre. No hablan. La convivencia se hace
difícil. El límite de la cordura no existe. Joder, ¿existe algún límite allá
arriba? ¿Importan los valores humanos si la posibilidad de regresar poco a poco
se desvanece, junto con la esperanza? ¿Dónde acabaremos si no es perdidos en el
espacio? ¿Dónde acabaremos si no es engullidos por la negrura infinita? Pero
hay que recordar los objetivos. Hay que recordar la misión. Hay que recordar la
causa.
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El camino de vuelta a casa. Estamos
metidos en los personajes. También nos sentimos encogidos de esa sensación de
exceso de vacío, de soledad natural. ¡¿Y si fuésemos uno de nosotros?! Eso me
abruma. Me excita. Pensar en que la humanidad puede pender de un minúsculo hilo
sujeto, incluso, al más mínimo suspiro de alguno de ellos.
-Imagínate la situación, tío,
imagínatela. ¿Qué hay más romántico que un astronauta perdido ahí, arriba… en
el espacio? Buah, ni Canción del Pirata ni nada: ¡La Canción del Astronauta!-
- Yo es que pienso en un tío en
silla de ruedas, invitándome a echarme un cigarrillo mientras va diciendo
aquello de: puede que estéis viendo esto,
eso quiere decir que el Plan sigue su curso, puede que no haya nadie delante de
este holograma…-
Pink Floyd. Interstellar Overdrive. 9 40 min. Colgados de los hilos
colgantes, punzando las estrellas.
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Tercer dilema. El viaje de
vuelta. La misión se ha terminado, pero no todo ha ido según lo planeado. Ha
habido sacrificios. Nunca nada va según lo planeado. Ha habido sacrificios. El
capitán ha demostrado su valía en un acto heroico. La física relativista ha
conseguido los resultados. El astrofísico no está. El astrofísico se ha
aferrado a la ciencia maníacamente, ha perdido su mente que se ha fundido con
el espacio. Y ambos vuelven a poner los pies sobre la Tierra. Pero ya nada es igual.
Todo el mundo está preparándose para empezar de nuevo, para partir hacia otra
estrella, y ellos son los que los han mandado al exilio. Exiliados del hogar.
Aún quedan unos pocos años, pero todo seguirá su curso. Habremos acabado por
devorar este planeta y huiremos de él buscando otro nuevo horizonte. Del
capitán se pierde la pista, no vuelve jamás a aparecer, pero nadie olvidará que
fue él quien empezó todo esto. Aparecerá en los nuevos mitos de la nueva era.
La física ha quedado sumida en un letargo mental profundo. Ahora vaga entre el
polvo y los demás restos que siguen, a su vez, pulverizándose. Pero nadie
olvidará que fue ella quien empezó todo esto. ¿Deberían haberse quedado
colgados?
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-Tío, no sé. Cuánta epicidad. Yo
también me siento vacía- Y se ríe.
-Oh, dios. Deberíamos ir a tomar
algo y hablar de todo esto. Es más, en cuanto llegue a casa me pondré a
escribir. No sé, me he quedado flotando.-
Luego nos fuimos, cada uno a su
casa. Y me metí en la cama queriendo ser astronauta.