- Ven, ven. Mira esto. Es asombroso. ¿Lo oyes? – ¿Quién es este? piensas, confundido (porque esta es tu historia) – Tssss… No tengo tiempo para miradas con
interrogaciones, no te distraigas. Solo escucha…- Solo oyes el viento, el silencio
empapando las paredes y aquel pequeño murmullo de guitarra, rítmica y con su
compañera solitaria, inventando una melodía improvisada; pero eso solo lo oyes
cuando te detienes un poco más – Pero es
que tienes que esforzarte para escucharlo. Es un fluir, pienso. No basta con
quedarse mirando las paredes fijamente, perder la vista en un punto fijo… No, a
veces hace falta cerrar los ojos, ¿sabes? Y entonces, oh tío, entonces lo
sientes, ¿me oyes? – Tú puedes seguir alucinado, es posible, quizás solo
sea un personaje inventado, un arquetípico colgado escupiendo estupideces y con
labia embadurnadora que ha entrado por estas letras a perturbar ligeramente tu
comodidad. Aunque puede ser que seas tú. No sé, ¿no lo has pensado? Buscamos el
fluir ese que todos desconocemos pero que somos conscientes de que existe. A
ver, es algo complicado de explicar… - Solo
me gustaría que intentaras escuchar de vez en cuando todo cuanto te rodea. En
ese instante, en ese momento en que oyes las mínimas partículas que hacen vibrar
el aire que silba cerca de tu oído, en ese momento en que los minúsculos
detalles esparcen su color sobre todo cuanto es real. Es abrir los ojos para
escuchar la música, es cerrarlos para sentir como la armonía de esa guitarra
rítmica, una y otra vez, una y otra vez, sigue a ritmo constante y… y tú pones
la melodía improvisada. Tú eres el solista de los compases. Tú corres por los
pentagramas de tu existencia. Tú subes la colina a tu manera y rompes la
cadencia de cualquier forma. Tú pones la música de tu vida… - Ahora puedes
dejarlo estar y seguir con tu monótona pesadumbre o seguir leyendo a ver qué
dice; creo que tiene algo importante que decirte – Yo creo que primero hay que pararse a mirar. Lo ves, te callas y lo
escuchas, observas. Y la efervescencia de los pequeños rayos de luz que entran
por la rendija y te contagian de su energía… es milagrosa. Y las voces que
engalanan tus caminares solitarios y que los hacen tan originales. Como aquella
flor, ¿me oyes? Aquella flor que creció sola en el jardín en la única esquina
donde la luz era una extraña y tuvo la osadía de crecer valiente y rosada y
gritarles a sus compañeras que el color que la engrandecía brillaba más y por
encima de las facilidades que las habían visto nacer. Y si sigues callado, el
ritmo sigue fluyendo, sin cesar. Y si sigues el ritmo, si te concentras en solo
escucharlo, en solo sentirlo, en aislarlo como si tuvieras que cogerlo y
tenerlo entre las palmas de tus manos, delicado, verás que la tienes. Tienes la
magia, la tienes en tus manos. – puede ser que sigas confuso, no pasa nada,
déjale terminar - ¿Y bien? ¿Qué coño me
quiere decir este detrás de tanta palabrería de arlequín visionario? Bueno,
solo quiero que lo cojas, sí, eso que tienes entre las manos. Quiero que lo
cojas y te lo metas en el bolsillo y ahí lo lleves siempre. Cuando una sombra
se meza sobre tus párpados o ensombrezca tu mente, cuando sientas que la lluvia
gris es la única que abriga tu presencia, sácalo, vuelve a escucharlo, bien
guardado entre tus manos, el ritmo incesante que te lleva atado. Quiero que sea
tu salvación, que te refugies en ello. Que tengas siempre presente que, pase lo
que pase, guardado en tu bolsillo tienes ese impulso que te hará seguir hacia
delante y… - ahora deberías sonreír ligeramente – tú pones la melodía, tú eres el solista que improvisa por encima. -
jueves, 19 de marzo de 2015
viernes, 6 de marzo de 2015
Los bebedores de kéfir.
Es como una comunidad biótica de
bacterias y pequeños seres conspiranoicos que viven a la sombra de la
humanidad, en su pequeño mundo dentro del bote y untado en yogur pastoso,
creciendo sin cese y con la calma aparente de quien no es más que una minucia para
nosotros, que lo sostenemos en alto para verlo bien y maravillarnos. En
realidad lo sostiene mi hermano. Lo contemplamos desde abajo, curiosos y
embobados. Resulta que apareció por casa porque nos lo trajo un hombre que
tocaba el piano. Cuando crece y sobrepasa los límites posibles del mundo-pote,
la comunidad se divide y se pasa a otra persona, amablemente, para que acoja la
nueva comuna de seres miniatura. Sí, es que yo pienso eso. Una comuna
heterogénea de levaduras y bacterias de pleno derecho que han implantado un
lactocomunismo y avanzan siempre derechos, guiados por la recta razón hacia el
bien común. Su fuente única de recursos y sustento de vida es la leche entera
de su mundo-pote. Y por los efectos devastadores que podemos tener sobre ellos,
por su inevitable dependencia de nosotros, nos convertimos en una especie de
dioses… de ordenadores del mundo… de manos providentes que intervienen para
moldear el curso de la vida de la comuna lactocomunista. Están sujetos a
nosotros. ¿Qué haremos cuando nos nieguen? Sin embargo, los dejamos crecer y
seguimos bebiendo kéfir.
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