Es como una comunidad biótica de
bacterias y pequeños seres conspiranoicos que viven a la sombra de la
humanidad, en su pequeño mundo dentro del bote y untado en yogur pastoso,
creciendo sin cese y con la calma aparente de quien no es más que una minucia para
nosotros, que lo sostenemos en alto para verlo bien y maravillarnos. En
realidad lo sostiene mi hermano. Lo contemplamos desde abajo, curiosos y
embobados. Resulta que apareció por casa porque nos lo trajo un hombre que
tocaba el piano. Cuando crece y sobrepasa los límites posibles del mundo-pote,
la comunidad se divide y se pasa a otra persona, amablemente, para que acoja la
nueva comuna de seres miniatura. Sí, es que yo pienso eso. Una comuna
heterogénea de levaduras y bacterias de pleno derecho que han implantado un
lactocomunismo y avanzan siempre derechos, guiados por la recta razón hacia el
bien común. Su fuente única de recursos y sustento de vida es la leche entera
de su mundo-pote. Y por los efectos devastadores que podemos tener sobre ellos,
por su inevitable dependencia de nosotros, nos convertimos en una especie de
dioses… de ordenadores del mundo… de manos providentes que intervienen para
moldear el curso de la vida de la comuna lactocomunista. Están sujetos a
nosotros. ¿Qué haremos cuando nos nieguen? Sin embargo, los dejamos crecer y
seguimos bebiendo kéfir.
Hay quienes beben kéfir y quienes se atiborran de Macdonalds, ni lo uno ni lo otro es beneficioso.
ResponderEliminarSaludos!!