miércoles, 30 de diciembre de 2015

Blanco y sincopado.

1.

Alguien alguna vez pensó en dar una palmada al aire y detener el tiempo. Sé lo que sentía: caminaba por la misma calle de tantos y tantos días y siempre para él era invierno. Veía las mismas personas de siempre, las mismas dudas le asaltaban y como una bruma pesada desordenaban sus pensamientos; los sentimientos ya una vez enterrados volvían a descubrirse. Podía ser una mirada inadecuada, emotiva.  Alguna vez, simplemente el color de unos ojos ya conocidos. Incluso, una voz adoptando un sonido familiar; el mismo fastidioso ambiente. Tenía tantos sueños y tantas ideas, tantas expectativas. Siempre volvía al mismo lugar y chocaba con la patética realidad, la verdadera. Y, evidentemente, el idealismo romántico daba paso a la desesperante frustración.

Cuento esto porque conocí a ese alguien: pájaros en la cabeza, elocuentes, prometedoras y visionarias palabras que a cualquiera le hacían removerse por dentro, como un cosquilleo, y  buscar, embriagado, unas alas con las que volar. Siempre decía algo de que iba a viajar muy y muy lejos. Al cabo de un tiempo, siempre volvía, siempre me lo encontraba en el mismo lugar. Primero clavaba la mirada en el infinito y luego, como si diera una gran bocanada de aire, se volvía a llenar de vida y energía. No quería rendirse, ante nadie, y mucho menos ante sí mismo. Una y otra vez, una y otra vez. Incansable. Sí, era una persona curiosa, pero en el fondo su voz acabó por tomar un aire trágico, apagado. Era una tristeza muy profunda, casi imperceptible. Solo me di cuenta un día, mientras divagábamos largamente sobre grandes cosas: en lo más profundo de su mirada había algo tenebroso, un punto oscuro, negro. Me hizo removerme del asiento y a duras penas pude aguantar el tipo, mantener la expresión impasible. Pero se dio cuenta al instante y dejó de hablar. Se levantó, recogió su abrigo, inmutable. Hizo ademán de irse, pero entonces dijo:
-He visto una fotografía. –
-¿Cómo?-
- Sí. Una fotografía…en blanco y negro. Era una chica, de espaldas. – Hizo una breve pausa, reflexiva- Se lanzaba a la luz que iluminaba un pequeño callejón, recogido y cercano, emergiendo de las sombras, bajo un puente. Está dando un paso hacia adelante, calmada, ligera,¡ligera!, movida por la suavidad del viento que la lleva. Ahora la recuerdo, veo la imagen, la fotografía. Un paso luminoso que limpiará la mente de dudas, incomodidades, de pretensiones que iban a acabar rompiéndose... Y está de espaldas, negando todo cuanto había quedado sumido en las penumbras, bajo el puente. Me causó fascinación aquel salto, libre, como una declaración de intenciones... Más bien era como un acto de rebeldía aunque desenfadado, como un tambaleo desinteresado hacia una dirección incierta.- Calló. Me miró unos largos segundos y entonces se fue, esta vez sí. Sin añadir nada más. No le volví a ver.


2.

Estaba por llegar el metro, ya chillaban las ruedas sobre los fríos raíles a través del túnel; ya se intuían los faros del primer vagón como dos luceros claros. Estaba sentado en el banco de la estación, inclinado levemente hacia un lado y perdiendo la mirada en el estúpido cartel publicitario que se despegaba con tristeza por sus bordes, como si no tuviera fe en sí mismo, cayéndose como cansado, resbalando por el muro como apático, reflejando agotado el pesar de su mensaje vacío.

Chirriaban las ruedas del metro y ya inundaron con sus gritos aquella estación de Barcelona. Y cada cual de los allí presentes, con su particular gesto rutinario, se lanzaba al viaje oculto, dispuesto a subir. Ya se abrían las puertas de los vagones. Fluía, fluía dentro de ellos, automatizando los movimientos, inercia, inertes sus pasos, inexorables sus gestos, ineludible como una ola. Fluía el torbellino, el de más allá con su periódico, hundiendo la vista, expresión vaga; la pareja con sus voces molestas, discutiendo por nada en general; riendo de cualquier banalidad unas amigas al fondo de la parada. ¿Adónde se dirigían? No lo soportaba. No quise entrar, no quise tomar ese tren. No lo quise.

Di una palmada al aire. El tiempo se detuvo. Las agujas del reloj. Los sonidos. Las personas. Los gestos se helaron. Inmóviles. Pararon con el fluir de todo aquello, como si hubieran estado conectados al engranaje que lo movía. Salí del metro, a la superficie, y di un paso hacia la luz.


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