Cerró los ojos y deseó estar soñando. Gotas
incontroladas de sudor recorrían su frente. Creyó ser víctima del pánico
queriendo poner fin a todo de una vez por todas; dejar apartado el sufrimiento.
Nada parecía real, ni si quiera era consciente de la importancia de sus actos.
Habiendo asimilado los hechos minutos después,
decidió tomar el camino difícil y continuar. Pero, para entonces, ya era
demasiado tarde. La indecisión fue la culpable. La duda le arrebató aquello que
nunca supo valorar lo suficiente.
La luz del sol lo cegó instantáneamente; aunque en
ese momento prefería que hubiera sido eterno. De repente, algo lo empujó a
tener coraje. Unos dicen que fue el rencor, otros que el propio miedo… Pero la
realidad habla por sí sola. El destino estaba escrito; había llegado su hora.
Sara Martínez
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