Por genética o por
naturaleza, o por mezcla de las dos, o por causa del movimiento aleatorio de
los átomos que todo lo forma, soy un despistado y un poco despreocupado. A
veces me pasan cosas divertidas. Me choco contra farolas o contra coches
aparcados mientras voy andando y hablando con un paraguas en la mano. Bueno,
no, este último no era yo. También tengo unas zapatillas que tienen un agujero en la suela y cuando me las pongo llueve.
Ya habían sonado las
campanadas y me había rendido en la tercera uva. Estaba preparándome para salir
en nochevieja. En menos de media hora tenía que ducharme, arreglarme un poco la
barba para que no me compararan con Jumanji (Sí, es la coña de mis amigos. Pero
no penséis que llego a tal extremo... de momento), y vestirme
adecuadamente como marca la tradición.
La realidad es que se empieza la noche aparentemente con la dignidad bien alta
y la camisa por dentro y se acaba con la camisa por fuera y la corbata mal
puesta. Es como la transformación de la noche. Igual que le pasó a mis zapatos. Así que mis
zapatos se convirtieron como en una metáfora de la noche, de mi noche.
Mi hermano tenía prisa por
llegar a tiempo al sitio al que todo el mundo llega tarde. Tenía que vestirme
rápido, y ponerme unos zapatos. Caí en la cuenta de que, por causas de la
entropía, mis únicos zapatos estaban en casa de un amigo. Tuve que rebuscar por
unos cuantos armarios y ponerme los primeros que me parecieron, a primera
vista, razonables. Nos unimos a todos los amigos y empezamos la fiesta. Todos
bromearon porque llevaba americana blanca y la iba a manchar, pero si me la
quitaba parecía un cura. Además, como hacía frío decidí ponerme una camiseta
blanca interior y si me desabrochaba el primer botón de la camisa se convertía
improvisadamente en el alzacuellos. No quería parecer un cura. Pensé que podría
ponerme una corbata de color rojo y parecer Billie Joe Armstrong, cantante de
Green Day. La verdad es que ir bien vestido me pone nervioso. Hay que estar
pendiente de no mancharse y luego los botones y las camisas y los zapatos, todo
eso es muy complicado. Pero somos unos superficiales que vivimos cómodamente; y
esa superficialidad se convierte en una de nuestras preocupaciones.
El problema fueron los
zapatos. Tardé una hora en darme cuenta de que mis zapatos tenían el tacón
destrozado y colgando. Decidí arrancarlo y para ir equilibrado hice lo mismo en
el otro tacón. La puntera quedaba ligeramente por encima. Encajé eso con humor
y pensé que sería un detalle divertido. Estuve danzando toda la noche y caminé
de un local a otro por el suelo mojado y lleno de charcos. Como había arrancado
los tacones de mis zapatos, había quedado descubierta una especie de gomaespuma
dura y negra que se iba descomponiendo poco a poco a causa del agua. Había llovido y el suelo estaba mojado y lleno de charcos. Pero bailé
y bailé. Los zapatos seguían el ritmo de la noche. Iban desintegrándose poco a poco. Recuerdo que estuve dando vueltas simulando un vals en medio de una plaza.
Fue cuando empecé a mojarme los pies. Y llegó la hora de irse y miré al suelo.
Mis zapatos no tenían suela. Bueno, más bien era un enorme agujero que hacía
que me mojase los talones. Fue muy divertido y me reí mucho. Tuve que ir
andando a casa evitando charcos. Iba alternando el ir de puntillas con el andar
de pato. El material de la suela del zapato era esponjoso y no ayudaba nada,
más bien absorbía agua. Ya había amanecido y caminaba hacia mi casa. Pensé que
los zapatos se parecían a mí: Empezaban decentemente y acababan destrozados. Aunque
a los zapatos no les duele la cabeza al día siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario