“-Ey, hola, ¿nos
conocemos?-
-No, soy Billie-
-¿Billie?-
- Billie Blues. ¿Te
gusta esta música? –
- Sí, está bien para
bailar –
- No me caes bien. – “
Me he puesto los mismos
pantalones que el sábado pasado. Los mismos pantalones manchados de café. Me
tiré el café por encima, quemaba. Había cenado en el local de la peña después
de un agotador día con la charanga, tocando por todos los bares, viendo pasar
cervezas por encima de mi cabeza, buscando aliento de algún sitio para seguir
soplándole al instrumento y a la hora de la cena me tiré el café por encima. Me
hizo gracia. Tenía a dos amigos a mi lado: Billie Blues y Sal Swing (Les he
puesto pseudónimos. Mi pseudónimo es Tommy Rock). Decidimos ir a nuestro local
y estar más tranquilos, escuchando la música que nos gustaba. El lado más freak
de nuestras entrañas salió a la luz, se reveló,
decidimos que íbamos a poner música de “8 bits” (sí, aquella de videojuegos
clásicos como Zelda, Final Fantasy 7 o Castlevania) y la banda sonora épica de
Skyrim. La idea nos entusiasmaba. Empezábamos a corear las canciones mientras
nos mirábamos efervescentes: teníamos ganas de refugiarnos al cobijo de
nuestros himnos alternativos.
Sonidos de tambores. BUM, BUM,
BUM. Tambores de guerra. BUM, BUM, BUM. Voces guturales anticipándose a la
epicidad próxima. ¡UH!, ¡HIA!, ¡HA! Algo mágico y ancestral renace. Suena una
trompa. Asciende y un conjunto de voces masculinas entonan una atmósfera de
niebla y estalla el grito de “¡Dovahkiin!”, cazador de dragones.
Mientras nos dirigíamos a ese
ambiente épico-fantástico idealizado para aislarnos del mundo real, nos
encontramos con uno de nuestros profesores volviendo hacia casa. Eran las doce.
Charlamos unos minutos. Nos dijo que venía de tomar unas copas del Palace Club
y que había ambiente. No sé qué pasó entonces pero algo nos iluminó por dentro,
cambiamos enseguida los planes y decidimos ir a ver qué se cocía entre el
bullicio de la gente. Pero Billie se empeñó en ir al local. Pasamos por allí primero,
algo más alocados y excitados, para suministrarnos nuestra dosis de música.
Pero yo tenía prisa por unirme al festejo del que había hablado el profesor.
Nos mirábamos concentrados. Pip,
Pip, Pip, Pip. La canción, enérgica y sintéticamente alegre (lo que aterroriza
un poco y la envuelve en misterio y la hace adictiva) nos sugería movimientos
robotizados. TI, TIRITITI, TI, PA, PI, PA, PI. Ahora es cuando se suelen poner
los brazos pegados al cuerpo, flexionados, y uno se mueve como un muñeco con
muelle mientras los menea. PI, PO, PI, PARIROPIPOPI, PO... En ese momento me
fui al baño y grité que pusieran la canción de Ghostbusters. Dosis
suministrada.
If there’s something
strange
in your neighbourhood
Who you gonna call?
¡GHOSTBUSTERS!
(La semana pasada habíamos estado
encerrados toda una tarde con el montaje de un cortometraje casero. Entre ediciones
de vídeo, cinco pantallas y dos portátiles surgió la idea de irse de fiesta con
música de 8bits.)
Llegamos al Palace. Pedimos unas cervezas. Nos
instalamos en la pista. Aquello no sonaba bien. La música no sonaba bien. El
atrofio del oído, generalizado y masificado en la sociedad, lleva a iluminados
y autoproclamados artistas a crear pseudo-géneros musicales y alcanzar los
puestos más altos de las listas. Luego eso suena en las discotecas. Música
decadente, música superficial. Me acerqué a Billie y Sal, les reuní, les
propuse que fuésemos a pedir una canción. “Podríamos pedir Song 2 de Blur”. Nos
miramos muy emocionados y fuimos a por el plan. En un primer momento fuimos
Billie y yo. Estuvimos diez minutos en la barra intentando captar la atención
del camarero. Billie lo intentó de nuevo con Sal y lo consiguieron. El
camarero, que ponía la música desde su ordenador, les miró aprobando y
elogiando su decisión. Billie me dijo que los había mirado como diciendo “¡Oh,
sí!”.
Sonó la introducción de la canción,
miré a Billie y lo abracé. ¡WOOOOOO HOOOOOO! Saltamos en medio de la pista.
Creo que sólo saltábamos nosotros. ¡WOOOOOO HOOOOOO! Movíamos la cabeza arriba
y abajo. ¡WOOOOOO HOOOOOO! No pensábamos en nada más que en llegar al siguiente
grito de ¡WOOOOOO HOOOOOO! Pisé a alguien por detrás pero me dio absolutamente
igual ¡WOOOOOO HOOOOOO!
Treintañeros bebidos hacían gala
de su simplicidad. Camareros servían bebidas entre el jaleo nocturno. La música
seguía su curso y cesó la voz de Damon Albarn. Creo que más tarde sonó Loquillo
pero no me la sabía. Billie fue a pedir otra canción. El camarero tenía
problemas. Miró a Billie desesperado: “¡Arréglame esto que no funciona!” Billie
no lo dudó, se había convertido en el héroe de la noche. Saltó detrás de la
barra y con sutiles movimientos colocó los cables que faltaban en sus sitios
indicados.
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