domingo, 6 de julio de 2014

Lágrimas Dulces.


De madrugada escribo. A mi derecha tengo un sombrero colgando de la pantalla del ordenador. Una botella de cerveza italiana haciendo turno de guardia a mi izquierda. El hombre de la etiqueta, el señor Moretti, me mira fijamente. ¿Qué quieres, señor Moretti? ¿Quieres hablar? Hablemos. El silencio imperante se puede quedar de testigo mientras conversamos.

La verdad siempre se queda callada hasta la madrugada. Espera hasta las últimas horas para mostrarse. No le gusta el barullo de la gente, prefiere la cálida y cercana calma visceral. La noche es perfecta. No tiene prisa y es seductora. La noche te descubre a las personas. Pero es al final de la noche cuando lo has visto todo. Recuerdo un amanecer en medio del mar y que la confianza propia de amistades ya viejas se notaba en nuestras palabras. Una ráfaga suave y salada nos acurrucaba de espaldas al sol naciente, naciendo en el Mediterráneo. Habíamos sobrevivido a la fugacidad nocturna y mágica.

Los momentos se añoran, pero en los recuerdos se vuelven a vivir. Las lágrimas suelen ser saladas, como el mar salvaje. Pero hay que conseguir que sepan dulces de añoranza tierna. Tengo la foto delante de mi, señor Moretti. Estamos los tres haciéndole una mueca al ocaso de la oscuridad y con el inmenso mar, que inspira respeto, al fondo, impasible. Una banda anaranjada difuminada con el cielo que poco a poco se aclara. Pasábamos entre Córcega y Cerdeña.

No teníamos prisa, para nada. Aunque sabíamos que el final se aproximaba. Tenuemente se iba haciendo de día y volvíamos a la realidad. Y a la noche siguiente, lágrimas dulces de despedida. Ahora estamos tú y yo, escribiendo de madrugada. Pero eres una triste cerveza vacía haciendo turno de guardia, reposando encima de la torre de mi ordenador. Llevas nombre italiano, señor Moretti. Y estuviste en el mismo sitio que yo desde aquel primer día. Pero no sentías lo que nosotros, cruzando el estrecho con el sol a las espaldas y la brisa salada.

Esto es por vosotros.

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