“En otro espacio completamente diferente, la madrugada
envolvía Ankh-Morpork, la más antigua, grande y sucia de las ciudades. Una
lluvia fina caía del cielo plomizo y perforaba las nieblas del río que
serpenteaban entre las calles. Las ratas de diferentes especies se dedicaban a
sus ocupaciones nocturnas: cobijados en la capa oscura de la noche, los
asesinos asesinaban, los asaltantes asaltaban y las busconas buscaban.
Etcétera, etcétera.”
Era otro espacio
completamente distinto: las bebidas de diferentes especies se esparcían por el
suelo de la plaza. Los botellines de las cervezas de todas las marcas seguían
una sucesión aparentemente lógica, tiradas por el suelo. Dos de una aquí, tres
de otra allí. Un murmullo de entreacto había sucedido al descanso de las tres
de la orquesta y la plaza se había medio vaciado momentáneamente. La verbena
descansaba y se tomaba un respiro.
“El interior del Tambor Remendado era ahora legendario y
había pasado a la historia como la famosa taberna de peor reputación de todo el
Mundodisco. Los clientes eran los habituales héroes, asesinos, mercenarios,
criminales y villanos, y sólo un análisis microscópico habría podido
diferenciar a unos de otros. Espirales de humo reptaban hacia el techo, quizá
para no tocar las paredes.”
Una cochera
abierta, dos camareros apoyados en la barra y un par de clientes en stand by.
Entramos tres de nosotros, decididos, a por unos chupitos. El camarero nos ve
venir. Su rostro fruncido está acentuado por sus arrugas surgidas de la
antipatía. Tiene un pendiente en una oreja y una mirada arrogante. Cuatro pelos
mal afeitados sobresaliendo en su cara puntiaguda. Enseguida se pone a la
defensiva e intuye que somos unos jóvenes tocapelotas que vienen a reírse de
él. No puede permitirlo, así que jugaremos a “ver quien es más listo”.
Pide Sam. “¿Cuánto
valen unos chupitos?” El tío no se va a dejar engañar. Esa pregunta puede
resultar absurda y seguro que tiene un trasfondo malévolo y burlón. Está claro
que el precio varía dependiendo del contenido y estos chavales van de listillos
y solo quieren vacilarle. El camarero escupe una respuesta a la altura.
“Depende de lo que os ponga. Si queréis os pongo tres chupitos de agua, eso es
lo más barato. ¿Whisky? Si queréis… como si os pongo lejía”. Nosotros le
seguimos la broma. Nos reímos. Igual era que tenía complejo de idiota, pero el
caso es que se sintió ofendido de que siguiéramos con el juego que había
empezado él. “Ya sé, vosotros venís aquí a reíros de mi. No soy idiota, ¿sabes?
Aquí no me ando con tonterías…” En verdad no sé si diría eso, solo veía como
discutía con mi amigo y escuchaba algunas palabras sueltas. Yo me limitaba a
reír y a mirar a mi otro colega por encima del hombro de Sam, que estaba en
medio, entre nosotros dos, haciendo papel de diplomático. Le pidió el carné y
Sam, extrañado, se lo extendió soltando “¡Pero si tengo veinte años!”
Lo siguiente fue lo
más divertido. Al ver como me reía y le dirigía una mirada cómplice al otro de
mis colegas, el audaz creyó habernos pillado en plena conspiración. “Y este de
aquí que se ríe… - se refería a mí- Os
saco la vara de madera que tengo aquí detrás y os doy a los tres, así”. E hizo
un gesto un tanto ridículo simulando ser poseedor de su vara de madera. Acabó
por echarnos, apuntando con el dedo hacia fuera de la cochera. Un tanto
indignados nos fuimos de aquel pequeño antro, atravesando la plaza, entre
el silencio del descanso de la verbena.
Pues le vio cara de niño al veinteañero para que le haya pedido la identificación, divertido relato :)
ResponderEliminarSí, fue un momento divertido y extraño. Un saludo! :D
ResponderEliminar