Mientras volvía acomodado en la música de mis
cascos y atravesaba la gran recta insólita de la carretera, despejada de casas
y con los campos angustiados por el calor del verano, ahí estaba él, lo vi, el
hombre que susurraba a los árboles. Diréis que es un poco extraño, que no
susurra, y es verdad, simplemente se arma de un palo más o menos largo, posible
como bastón, y va dando golpecitos al pequeño tronco de su árbol. Estaba detrás
de aquella caseta de ladrillos que hay frente a la nave abandonada. Entre la
nave y la caseta había un árbol, pequeño, que suponía el único tinte verde de
aquella larga recta. Aunque estaba escondido en su recoveco, protegido de los
ojos y las gentes poco cuidadosas, como resguardado. No sé si es que tenía
temor por él aquel hombre silencioso, quizás fuera su ángel de la guarda. El
caso es que siempre lo veía con su bastón, ya no entre la caseta y la nave de
ladrillo, sino en el atajo que lleva hasta mi casa. Mi hermano y yo siempre
pasábamos por allí, de vuelta, a eso de las tres de la tarde, y siempre estaba
el hombre con su bastón dando golpecitos a las paredes de piedra que bordean el
atajo. Llevaba consigo una botella de plástico, llena de arena, y cogía
piedrecitas y las colocaba en la pared de piedra, que estaba a medio caerse.
Como nuestro paso por allí era algo rutinario, poco a poco fuimos contemplando
como la pared que bordeaba el camino iba reconstruyéndose pacientemente. Y el
hombre, con su bastón sagrado, daba golpecitos eternamente a las piedrecitas y
les echaba arena de su botella. Por eso hoy me he sorprendido cuando he visto
al hombre, siempre reconocible con su bastón de madera, entre la caseta y la
nave de ladrillos rojos, en la recta insólita y despejada, a las tres y tantas
de la tarde. Pero esta vez estaba junto al árbol, resguardado en aquel
recoveco, y él le daba golpecitos con su bastón mágico. Le susurraba cosas, le
guardaba de los males. Seguro que aquel hombre era la sabiduría encarnada, la
sabiduría y la paciencia; el reconstructor de las miserias; o aquel bastón era
el emblema de la esperanza y su magia, la sencillez de la naturaleza, el
insignificante brote de la vida.
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