El
mirar pasajero de unos
ojos
claros desconocidos que alguna vez
me
vieron y no han de tornar a hundir sus pupilas
en las
mías por aquel error
del tiempo siempre traicionero.
Lleno
de angustia el viandante por las calles de la vida
ante la
injusticia
sobre
el andén declama su extenuada pena,
a la
mirada de nostalgia ya por siempre perdida
recita:
-A los ojos claros desconocidos
que se cruzaron con los míos y se fundieron
con el tiempo siguiendo la vía del tren,
en el vértice del horizonte, haciendo
imposible
el reencuentro, quiero decirles:
habéis dejado mi alma erosionada
con vuestra mirada,
habéis dejado herido al errante
sobre el andén.-
-El vano segundo finito perdido en la
infinitud
de los temores solamente queda
y con él el calor de un momento clave,
la caricia fugaz de esas pupilas,
el clamor de la angustia de sobrevivir
a golpes, a trazos gordos, a cada instante.
Un olvido incesante. –
-A la mirada desconocida de ojos claros
que a perderse vinieron a encontrarme,
sobre el andén, al errante,
y perdieron de vista la mirada de la
nostalgia,
quiero decirles:
el instante ha sido asesinado por el tiempo
y el destino nos tendrá reservado
el insoportable peso de lo transitorio,
el insoportable peso de no volver a vernos.
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