Mi nombre siempre le ha parecido
raro a la gente, o ha despertado curiosidad como mínimo. Hay personas a quienes
incluso les sonaba divertido. Tiene sus puntos a favor: la gente suele
acordarse de él. Aunque lo más normal es que se acuerden de que mi nombre
sonaba extraño pero no se acuerden de cómo era realmente y entonces inventen
versiones de lo más divertidas. Derivados de frutas, hortalizas, hasta juegos
bastante estúpidos de palabras, incluso. Añaden letras, sílabas, o las quitan.
Tomé, Tomeo, Tomero, Tolomeo, Timoteo, Romeo, Romeu, Tomás, Tadeo también… y un
largo etcétera. La situación suele ser la siguiente:
-¿Qué?/¿Cómo?/¿Tomeu, has dicho?-.
-Sí, Tomeu, con “u” al final-.
-¿Es portugués o algo?- me dijo
un profesor de historia el mes pasado. Se lo conté pero no me prestó demasiada
atención. Pero luego se acordaba de mi nombre perfectamente, y me hacía gracia.
Bueno, o como he dicho antes, se acordaba de que era algún nombre raro.
Lo siguiente es explicarme, sí,
bueno, es que soy catalán, de Barcelona, y vivo en Soria pero he acabado
estudiando en Valladolid y…
-¿Y qué haces aquí?- esta es un
poco fulminante porque es una pregunta que hasta yo mismo me hago y acaba por
revolver mis entrañas.
-¿Y qué opinas de la
independencia de Cataluña?- esta me la ha hecho algún portero de una discoteca
después de que le enseñara el DNI.
- No jodas… ¿eres mallorquín? Ese
nombre es de Mallorca–. En ese momento se me iluminaron los ojos. Puede que
incluso se me humedecieran. Lo que estaba claro es que no podía ocultar mi
sonrisa. Qué cosa tan maravillosa. Qué pequeño y hermoso suceso. Qué pequeña
casualidad tan oportuna… Ambos, divertidos, un tanto asombrados, con la
espinita de la nostalgia dejándose entrever y vibrando ligeramente conmovida en
nuestro interior. Me hizo especial ilusión escuchar unas pocas palabras en
mallorquín, fue como un suave cosquilleo placentero de un sonido familiar y
lejano, íntimo.
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