Supongo que puede sorprenderos un título tan antitético, y bien, soy consciente de que es bastante improbable inclinar la balanza hacia los dos lados, lo sé, diversión y aburrimiento no pueden ir mezclados. Pero me gustaría atender a los matices, a la belleza que hay en ellos, a la frontera difuminada entre ambos valores y todas sus finuras. Creo que he encontrado, en uno de mis paseos matutinos, con toda la calma de la que disfruto estos días, una especie de punto medio, una especie de ataraxia, tranquilidad insonora. Bien, me explico. Ya de entrada, no tener nada que hacer durante toda la jornada puede presentarse como algo absolutamente aburrido. Después de verme sumergido en tal situación durante unos cuantos días, he acabado por descubrir que hay algo que vence al aburrimiento, una especie de magia que pasarías por alto un día de rutinario estrés, ofuscado en el estudio, de esos que pasas por casa, comes y vuelves a lo tuyo. Sí, a parte de tener tiempo para pasear, una manera satisfactoria de liberar la mente, he observado que te fijas más en las cosas, aún siendo pequeñas, es decir, como no tienes un destino prefijado, cualquier pequeña aventurilla cotidiana se puede convertir en un espléndido relato: señores, ayer fui al supermercado y compré yogures con trocitos y, además, fui a ver una exposición. De la misma forma, a la pregunta protocolaria de “qué tal ha ido el día” la encaras centrándote, únicamente, en una sola cosa, sin obviar ningún detalle, aunque sea mínimo, que es la que ha ocupado todo tu tiempo. Pero no por larga y compleja, por deber, sino porque no había otras más y tu reloj fluye despacio, los granitos de arena caen sin prisa, como si no se percataran de que su propia vida marca el devenir de todas las eternidades. Los contornos del relato, antes más vagos e inexactos acaban por perfilarse perfectos y brillar como si fueran solos, entornándose unos con otros, fogosos, reluciendo como estrellas. Ves como, provechosamente, puedes detenerte a analizar las cosas y determinar reposadamente, sin necesidad de forzar la maquinaria, la solución más conveniente en cada momento. Los minutos se hacen más largos, es más, el espacio-tiempo tiende a alargarse, deformarse, y tú envejeces más tarde que tus compañeros de piso que han hecho más de mil y una cosas en el mismo momento en que acababas de completar una, la tuya, la única e indivisible: contar la cantidad de zapaterías que rodean la zona y, extrañado, disertar a cerca de las causas y consecuencias; escrutar a vistazos demorados las paredes roídas de la habitación y todas sus capas de pintura, unas sobre otras, superpuestas; y ese ladrillo de enfrente que ves por la ventana y estimula tu imaginación y la impulsa a reflexionar sobre la posibilidad que cabe entre el rojo y el naranja, casi un marrón, ocre, la unión de cada uno de sus pigmentos; cortar el silencio con cuchillas de afeitar. Vencen los pequeños relatos a los grandes, se tornan majestuosos. Aparte de eso, no he visto el momento de hacer la cama. Hacer la cama está sobrevalorado.
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sábado, 19 de septiembre de 2015
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Leve y breve.
Está lloviendo. Ya era hora. Está
lloviendo. No sé quién me ha empapado de su gusto por la lluvia. Supongo que
nadie, por eso me gusta; o supongo que… por eso me gusta.
Joder, saldré a mojarme y
quedarme quieto mirando cómo cae. Sí, qué gusto. Suena. Y todo es gris. Y
empieza el frío, y corre el viento, y el pensamiento, porque la lluvia limpia
la mente.
Han sido cuatro días raros. Han
sido cuatro días efervescentes. Han sido cuatro días y hacía falta uno de color
gris, lluvia. Se acabó el cínico sol que todo lo quema. La lluvia y el frío
mienten poco. El sol por lo transparente hace arder.
Me gusta encapotarme. Paseo
encapotado, cobijado por la música de mis cascos, armonizado por la levedad
sonora de las gotas de lluvia. Y el cielo queda tendido en mis brazos, y puedes
acariciar…
Luego me preguntó que qué me
pasaba. Supongo que tengo el pecho un poco encogido, pausado…
-Supongo que…
Llegó aquel encuentro. Llegó la
lluvia.
Como cuando un ejército de
membrillos invade la casa con su aroma, apostados frente al cuadro que
contemplará la putrefacción paulatina de los olores, la sucesión leve de los
colores que terminará en un azul perpetuo. Al menos, consiguieron que el polvo
fuera más soportable.
Como cuando un leve y breve rayo
de luz atraviesa la ventana, chirriando destellante, insoportablemente ínfimo,
insoportablemente huidizo que poco a poco mostrará tenuemente todas las
partículas flotantes. Al menos, consiguió que el polvo fuera más soportable.
Como cuando partes un hilo de
telaraña, invisible e impasible, atravesado en el vacío de la sala y que poco a
poco seguirá tejiéndose marginalmente, en la esquina opuesta del espejo que te
refleja en toda tu imperfección. Al menos, consigue hacer al polvo más
soportable.
Como cuando desestimas las palabras
sordas, los gritos apagados, las voces dormidas que salen de la pantalla y
fijas tu mirada en el vértice donde se cruzan todos los imposibles. Al menos,
consigue que el polvo sea más soportable.
Cuando resulta inexplicablemente
ese cincuenta por ciento menos probable y tu espíritu, enfrentado al consenso, marcha
al exilio. Cuando sus miradas se cruzan pero caen incoloras, presas de la
inseguridad, tus pupilas apagadas. Cuando la fina hierba aún con el rocío hace
daño a la piel y al alma. Cuando tu propio soliloquio interno destruye
cualquier esperanza.
Al menos, la lluvia hace que el
polvo sea más soportable.
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Sobre los límites.
Igual es tan tarde que empieza a
ser demasiado pronto; podría ser prontísimo para empezar a confundirse con
demasiado tarde. Pero no pasa nada, estoy a mis anchas, estoy donde quiero
estar porque se ven las estrellas si abro la ventana. Me he visto saliendo del
cine. He salido al exterior. Hacía bastante tiempo que no trascendía hacia ese mundo
expansivo y sin límites, hacía tiempo que no me sumergía en ese mundo. Lo
echaba de menos. Y es que mi fibra sensible, quizás, sea la ciencia ficción.
Hemos seguido paseando después de casi tres horas de película y yo le seguía
dando vueltas al mismo momento. El dilema trascendental. La elección que
inevitablemente va a guiar el futuro de toda la especie. Es uno de esos
momentos en los que tocamos los límites de lo real y nuestra condición de
imperfectos humanos nos delata. Miro hacia arriba y me transporto. Ya estoy a
bordo.
****
Moondog. Cosmic Meditation. 20 min. aproximadamente de inquietante
tranquilidad sonora espacial.
Se encienden los motores y se
inicia el despegue. La misión está clara: explorar la infinitud del vacío, más
allá de nuestro planeta, en busca de un lugar donde volver a plantar las
semillas de nuestra civilización. Nuestro planeta agoniza, se muere, respira
aire intoxicado, polvo de podredumbre que lo entierra todo como aquellas hojas
amarillas del otoño. Tiempo. Tiempo. Más tiempo. Pero este escasea, y a veces
pasa lento, o demasiado deprisa, no lo sé, es relativo. El tiempo que
transcurre y nos acerca a nuestro objetivo a su vez aproxima a la humanidad
hacia el fin. Sobre esa base jugamos. Ese es nuestro tablero de juego. De
pronto, los astronautas se encuentran colgados en la inmensidad. Los cálculos
pueden fallar. Nuestras matemáticas también son humanas. ¿Y si fallan? ¿A qué
nos sujetamos? La racionalidad queda invadida por nuestras almas. Cada aliento
es un cálculo, cada gota de sudor es una cantidad exacta de energía, cada
suspiro, cada esfuerzo, cada parpadeo es un segundo de vida. Las decisiones son
binarias; no se puede apelar a los sentimientos.
Primer dilema. De nosotros
depende la supervivencia de la especie. Sale el capitán con expresión magnánima
y empieza la asamblea de tres: el ya mencionado capitán, la doctora experta en
física de la relatividad y el astrofísico afamado y apasionado venerador del
cosmos. Debemos atravesar un espacio de distorsión temporal y cada minuto que
pase será equivalente a unos cuantos años en la Tierra. Inevitablemente
hay ambiente de tensión, terror. Todo cuanto conocemos puede que se esfume en
el transcurso de unos minutos, allá en nuestro hogar, mientras nosotros apenas
lo inadvertimos. Puede ser que viajemos demasiado rápido y cuando regresemos ya
todo se haya ido. Estamos solos. Colgados. Nadie nos oye. Tenemos una gran
carga sobre los hombros, la carga de la responsabilidad. Pero, ¿somos capaces
de renunciar a todo cuanto queremos por la razón de actuar por esa causa
superior, tan lejana? ¿Y si es aquello a lo que renunciamos la causa por la que
luchamos? ¿Y si son todas las personas a quien amamos? El debate es intenso.
Tres simples mortales acarician los límites de la inmortalidad. El valeroso
capitán, de sólida moralidad, duda en si retroceder. La doctora medita,
preocupada, incapaz de atisbar algún argumento moral en cualquiera de las dos
soluciones. El venerador del cosmos asiente y se resigna ante la inmensidad
incomprensible de la realidad y nuestra condición de granitos de arena
esparcidos entre las estrellas aunque, finalmente, cree que debemos seguir
adelante.
Segundo dilema. La decisión está
tomada. Pero el acuerdo no era general. La duda. No somos ordenadores que
tomemos decisiones binarias, apreciamos los matices, nos venimos abajo, surge
el remordimiento, da paso a la desconfianza. El astrofísico venerador de las
estrellas duda de la debilidad emocional de los otros dos. El capitán duda del
excesivo idealismo del loco científico. La doctora piensa que la heroicidad
vanidosa del capitán puede hacerle tomar decisiones imprudentes. Se observan
unos a otros en el silencio, entre el sonido armónico de los controles de la
nave. Los ojos están inyectados en sangre. No hablan. La convivencia se hace
difícil. El límite de la cordura no existe. Joder, ¿existe algún límite allá
arriba? ¿Importan los valores humanos si la posibilidad de regresar poco a poco
se desvanece, junto con la esperanza? ¿Dónde acabaremos si no es perdidos en el
espacio? ¿Dónde acabaremos si no es engullidos por la negrura infinita? Pero
hay que recordar los objetivos. Hay que recordar la misión. Hay que recordar la
causa.
****
El camino de vuelta a casa. Estamos
metidos en los personajes. También nos sentimos encogidos de esa sensación de
exceso de vacío, de soledad natural. ¡¿Y si fuésemos uno de nosotros?! Eso me
abruma. Me excita. Pensar en que la humanidad puede pender de un minúsculo hilo
sujeto, incluso, al más mínimo suspiro de alguno de ellos.
-Imagínate la situación, tío,
imagínatela. ¿Qué hay más romántico que un astronauta perdido ahí, arriba… en
el espacio? Buah, ni Canción del Pirata ni nada: ¡La Canción del Astronauta!-
- Yo es que pienso en un tío en
silla de ruedas, invitándome a echarme un cigarrillo mientras va diciendo
aquello de: puede que estéis viendo esto,
eso quiere decir que el Plan sigue su curso, puede que no haya nadie delante de
este holograma…-
Pink Floyd. Interstellar Overdrive. 9 40 min. Colgados de los hilos
colgantes, punzando las estrellas.
****
Tercer dilema. El viaje de
vuelta. La misión se ha terminado, pero no todo ha ido según lo planeado. Ha
habido sacrificios. Nunca nada va según lo planeado. Ha habido sacrificios. El
capitán ha demostrado su valía en un acto heroico. La física relativista ha
conseguido los resultados. El astrofísico no está. El astrofísico se ha
aferrado a la ciencia maníacamente, ha perdido su mente que se ha fundido con
el espacio. Y ambos vuelven a poner los pies sobre la Tierra. Pero ya nada es igual.
Todo el mundo está preparándose para empezar de nuevo, para partir hacia otra
estrella, y ellos son los que los han mandado al exilio. Exiliados del hogar.
Aún quedan unos pocos años, pero todo seguirá su curso. Habremos acabado por
devorar este planeta y huiremos de él buscando otro nuevo horizonte. Del
capitán se pierde la pista, no vuelve jamás a aparecer, pero nadie olvidará que
fue él quien empezó todo esto. Aparecerá en los nuevos mitos de la nueva era.
La física ha quedado sumida en un letargo mental profundo. Ahora vaga entre el
polvo y los demás restos que siguen, a su vez, pulverizándose. Pero nadie
olvidará que fue ella quien empezó todo esto. ¿Deberían haberse quedado
colgados?
****
-Tío, no sé. Cuánta epicidad. Yo
también me siento vacía- Y se ríe.
-Oh, dios. Deberíamos ir a tomar
algo y hablar de todo esto. Es más, en cuanto llegue a casa me pondré a
escribir. No sé, me he quedado flotando.-
Luego nos fuimos, cada uno a su
casa. Y me metí en la cama queriendo ser astronauta.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Dosis.
Sé lo que me pasa. Sé exactamente
lo que me pasa. ¿Euforia? No, ¿qué dices? Se está acercando. Noto como se
acerca. Nerviosismo. Paseo por la casa sin rumbo y sin rumbo dejo de pasear. Me
lavo la cara con agua fría, me miro en el espejo. Me vuelvo a lavar la cara con
agua fría y me vuelvo a mirar en el espejo. Sacudo la cara mientras me miro con
mis ojos fijos. Corro nervioso, de nuevo, pero esta vez doy vueltecitas sobre
mí mismo. Miro al techo y pienso, busco, remuevo, desentierro, descubro…
¡Joder, eso es bueno! Y por mi habitación veo a Celaya apuntándome con su
poesía. Y encima de mi mesa veo a Kerouac amenazándome con cohetes amarillos
que explotan como arañas entre las tinieblas. Y me dan ganas de salir al jardín
y enfocar al sol a través de un trozo de cristal punzante y en forma de media
luna.
Existen ese tipo de personajes
ensimismados en su propia idea. Encogidos…bueno, no, más bien encorvados, con
las manos detrás de la espalda, dando vueltas en círculo como una pantera
presa. Pero no viven aquí. Sé qué les pasa. Sé exactamente qué les pasa. Están
notando como se acerca. ¡Joder, vaya si lo notan! En ese momento es cuando se
paran en seco y desenfundan el carboncillo y empiezan a mancharlo todo con sus
ideas insolubles y encolerizadas, mezcladas y sosegadas, mortecinas y oscuras.
Yo sigo mi ritmo acelerado. Estoy
tenso. Sé exactamente qué me pasa. Quiero escribir. Quiero azotar el teclado y
escupir palabras, escupir por los dedos. Lanzar epitafios malditos a pétalos
que se pudren y que se lleva el viento. Quiero vaciar el alma o desgarrarla.
Pero no lo haré hasta que la casa esté silenciosa. Hasta que no haya ni un
ruido que pueda alterar la impermeabilidad de la sala. Hasta que esté cara a
cara conmigo mismo. Entonces: me queda dar vueltas o abrir la ventana y gritar
que se vean las estrellas. Tendré que esperar a quedarme solo.
Me doy miedo. Me he transformado
en una especie de bestia. Cuento sin parar y devoro los espacios en blanco. Me
aíslo del mundo exterior. Cuando entro en trance empiezo a no entender lo que
se cuece fuera. Y de pronto te pueden dar ganas de llorar. Puede ser que me
haya equivocado. No he esperado a quedarme solo y he mantenido contacto. Cuando
soy un extraterrestre me convierto en irascible y ofuscado. Tendría que haber
esperado a quedarme solo. No distingo lo siguiente que sucederá de los
espacios en blanco. Lo dejaré aquí.
-¿En cuáles piensas ahora?-
- Pienso en las que vemos y ya no están, las que igual desaparecieron
hace miles de años pero siguen ahí.-
- Esas son las que más hacen pensar. Yo también pienso en las que
están… pero ya muertas-
"
jueves, 28 de agosto de 2014
Venga, fuera.
Abajo.
Mis manos aferradas a la tela.
Algo lo ha engullido todo y se lo ha llevado.
Sollozo.
Rabia.
Ni veranos escurridizos ni
inviernos interminables. Ni capas cadavéricas de hojas muertas, cubriéndolo
todo, ni primaveras esclarecedoras. Solo los momentos que venían, pasaban y ya
se han ido. Solo están las putas esquinas que ahora quedarán vacías. Se rompió
todo. Se rompió aquel día en que renunciaba a la eternidad por pasear por
puentes infinitos. Me encontré con parte del cielo tendido en mis brazos… y
todo eso que se iba volando.
Arriba.
Fuera.
Bien, vamos a ver. ¿Está todo en
orden? ¿Seguro que está todo en orden? Los poemas, ¿dónde están los poemas? Ni
una lágrima, solo una leve sonrisa melancólica. El puente, el lado del río, el
sofá mugriento, el banco de debajo de la farola. Seguimos, a ver, unos zapatos
rotos, agua burbujeante… ¡La canción! ¡La canción! ¡Los gritos al aire de
rebelión! Esto… también las frustraciones, también. ¿Qué más? Los momentos… los
momentos. Una lágrima pasada, un escrito, una nota… Las risas, las sonrisas,
las caricias. Recordar no es malo, mantenlo en su sitio. Pasado.
Mantenlo en su sitio.
Arriba.
Me acuerdo del consejo, sí, de
ese consejo. Espalda recta, palmaditas en las piernas, salto hacia arriba y
salir gritando. Salir gritando. Cabeza en su sitio. Bien. Barba. Me la
acaricio. En su sitio: rasca. Podemos seguir adelante.
lunes, 11 de agosto de 2014
Un corte de luz en el cielo.
Veo sus caras. Veo sus gestos de
rabia. Veo la saliva que sale de sus bocas disparada en pequeñas gotas que se
difuminan en el aire. Veo cómo escupen palabras. Veo cómo se indignan y cómo se
inyectan sus ojos en sangre. Veo cómo se enfrentan cara a cara e intercambian
sandeces y exabruptos salidos de tono. Veo cómo todo va deprisa. ¿Alguien tiene
razón? Estoy expectante. Son todos
iguales. Salgo fuera.
Levantas la vista y ahí está: la
cúpula estrellada del cosmos. No hay nada que hacer. Somos pequeños. Mientras
todo descansa en el perpetuo vacío nosotros nos peleamos en este granito de
arena del que nos hemos adueñado. ¿Quién nos vendrá a salvar? Creo que nadie.
Somos solo polvo de estrellas. Pasamos unos detrás de otros sin que allá arriba
nadie se inmute. Hoy hay lluvia de estrellas. Estirado en el suelo, sintiendo
el tacto de la arena y haciéndola pasar por entre tus dedos. Sintiendo el tacto
de la hierba, húmeda de la noche. Ahí están las estrellas, ahí, arriba. Y como
un corte de luz en el cielo veo la primera estrella fugaz. Y mientras tanto
todo sigue en su lugar.
Están en sus casas, pegados a la
caja tonta, pudriéndose en sus butacas. Están en las terrazas de los bares
tomándose unas cañas. Están leyendo un libro. Están fundiéndose en la cama.
Están cometiendo un asesinato. Están persiguiendo al asesino. Están dirigiendo
a la gente a la ruina. Están al borde de la muerte. Están al borde de la vida.
Están muriéndose de hambre y muriéndose de ricos. Están en todas partes.
Protestando en las calles. Rezando a dioses verdaderos y riéndose de dioses
falsos. Meditando sobre su sentido. Siendo pragmáticos en el sin sentido.
Algunos miran las estrellas. Las únicas estrellas fugaces somos nosotros, polvo
de estrellas.
Segundo corte de luz en el cielo,
segunda estrella fugaz. Van cayendo mientras tanto. Y estoy embobado mirando
hacia arriba. Cuando veo todos aquellos mundos de hace millones de años me
entra un escalofrío. Su luz ya está extinta o seguirá brillando algunos
millones de años más. Es reconfortante, es una manera de decir que no le
importamos a nadie más allá de nuestro pequeño hogar. De alguna manera me
empapo de ese sentimiento y cómo un alienígena paseo entre los entes terrícolas
sin apreciar su existencia. Qué pequeños somos y qué poco le importamos al
vasto cosmos si tal como nacemos hemos de morir. No somos más que fruto de las
circunstancias, nada más.
Creo que mientras me escupan en
la cara sus inútiles palabras les diré - Tío, si no eres más que una mota de
polvo en este universo, no vas a cambiar las cosas. No le importas a las
estrellas, seguirán ahí y tú morirás. – Luego volveré a estirarme en el suelo,
pasaré la arena entre mis dedos y notaré la húmeda hierba. Tercer corte de luz
en el cielo, tercera estrella fugaz de la noche, polvo de estrellas.
jueves, 22 de mayo de 2014
¿Sueñan los androides dentro de libros electrónicos?
Entro en una librería. Veo
libros, muchos libros. Pero a mi me interesan los pequeños y escurridizos, los
que se malgastan con el tiempo y dejan ver los vestigios de su paso por tus
manos. Y son baratos. ¿A qué huelen los libros? No lo sé, supongo que a
humanidad. Huelen a que te contarán una increíble historia. Huelen a una mancha
de tomate de la comida de antes o a una gota de sangre que se te ha caído de la
nariz (y es que a mi me ha pasado).
Entro en una librería. Veo
libros, muchos libros. Me vuelvo loco y pienso en cuantas vidas debería vivir
para leérmelos todos. No salen las cuentas y decido intentar subdividirme y que
me salgan dos cabezas. ¿A qué huelen los libros? Yo soy de esos que hunde sus
fosas nasales entre las páginas a ver qué le suscitan. Qué estímulo capta. Y es
verdad que puedes palpar el granillo de las hojas de cada edición distinta. Y
si es viejo y las hojas son amarillentas-anaranjadas, huelen a historia vieja y
son aún más interesantes. Voy a una librería de viejo dispuesto a sumergir el
hocico en cuantos libros pueda. Remuevo sus páginas, las paso rápidamente por
delante de mi. Empiezo a leer la parte trasera pero no acabo porque tengo
cuatro libros más en la otra mano y, ¡mira este! Cojo otro.
Entro en el metro. Veo libros,
muchos libros. Veo tablets o libros electrónicos de esos de color blanco tan
falso de sus hojas de bits. Cuando veo gente leyendo libros corrijo mi postura
suspicazmente mientras estoy apoyado en el plano de las líneas del metro para
alcanzar a descubrir el título de la obra. Cuando veo gente leyendo tablets o
libros electrónicos de esos de color blanco de las hojas tan falso… Ey, espera.
Si no puedo descubrir el título. Miro por arriba, por debajo. Bien, creo que lo
pone arriba, en la parte de arriba de la hoja, muy pequeñito. Pero no huele,
¿no? ¿A qué huelen los libros electrónicos? ¿Sueñan los androides dentro de
libros electrónicos?
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