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sábado, 19 de septiembre de 2015

Qué divertido es estar aburrido.

Supongo que puede sorprenderos un título tan antitético, y bien, soy consciente de que es bastante improbable inclinar la balanza hacia los dos lados, lo sé, diversión y aburrimiento no pueden ir mezclados. Pero me gustaría atender a los matices, a la belleza que hay en ellos, a la frontera difuminada entre ambos valores y todas sus finuras. Creo que he encontrado, en uno de mis paseos matutinos, con toda la calma de la que disfruto estos días, una especie de punto medio, una especie de ataraxia, tranquilidad insonora. Bien, me explico. Ya de entrada, no tener nada que hacer durante toda la jornada puede presentarse como algo absolutamente aburrido. Después de verme sumergido en tal situación durante unos cuantos días, he acabado por descubrir que hay algo que vence al aburrimiento, una especie de magia que pasarías por alto un día de rutinario estrés, ofuscado en el estudio, de esos que pasas por casa, comes y vuelves a lo tuyo. Sí, a parte de tener tiempo para pasear, una manera satisfactoria de liberar la mente, he observado que te fijas más en las cosas, aún siendo pequeñas, es decir, como no tienes un destino prefijado, cualquier pequeña aventurilla cotidiana se puede convertir en un espléndido relato: señores, ayer fui al supermercado y compré yogures con trocitos y, además, fui a ver una exposición. De la misma forma, a la pregunta protocolaria de “qué tal ha ido el día” la encaras centrándote, únicamente, en una sola cosa, sin obviar ningún detalle, aunque sea mínimo, que es la que ha ocupado todo tu tiempo. Pero no por larga y compleja, por deber, sino porque no había otras más y tu reloj fluye despacio, los granitos de arena caen sin prisa, como si no se percataran de que su propia vida marca el devenir de todas las eternidades. Los contornos del relato, antes más vagos e inexactos acaban por perfilarse perfectos y brillar como si fueran solos, entornándose unos con otros, fogosos, reluciendo como estrellas. Ves como, provechosamente, puedes detenerte a analizar las cosas y determinar reposadamente, sin necesidad de forzar la maquinaria, la solución más conveniente en cada momento. Los minutos se hacen más largos, es más, el espacio-tiempo tiende a alargarse, deformarse, y tú envejeces más tarde que tus compañeros de piso que han hecho más de mil y una cosas en el mismo momento en que acababas de completar una, la tuya, la única e indivisible: contar la cantidad de zapaterías que rodean la zona y, extrañado, disertar a cerca de las causas y consecuencias; escrutar a vistazos demorados las paredes roídas de la habitación y todas sus capas de pintura, unas sobre otras, superpuestas; y ese ladrillo de enfrente que ves por la ventana y estimula tu imaginación y la impulsa a reflexionar sobre la posibilidad que cabe entre el rojo y el naranja, casi un marrón, ocre, la unión de cada uno de sus pigmentos; cortar el silencio con cuchillas de afeitar. Vencen los pequeños relatos a los grandes, se tornan majestuosos. Aparte de eso, no he visto el momento de hacer la cama. Hacer la cama está sobrevalorado.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Leve y breve.


Está lloviendo. Ya era hora. Está lloviendo. No sé quién me ha empapado de su gusto por la lluvia. Supongo que nadie, por eso me gusta; o supongo que… por eso me gusta.

Joder, saldré a mojarme y quedarme quieto mirando cómo cae. Sí, qué gusto. Suena. Y todo es gris. Y empieza el frío, y corre el viento, y el pensamiento, porque la lluvia limpia la mente.

Han sido cuatro días raros. Han sido cuatro días efervescentes. Han sido cuatro días y hacía falta uno de color gris, lluvia. Se acabó el cínico sol que todo lo quema. La lluvia y el frío mienten poco. El sol por lo transparente hace arder.

Me gusta encapotarme. Paseo encapotado, cobijado por la música de mis cascos, armonizado por la levedad sonora de las gotas de lluvia. Y el cielo queda tendido en mis brazos, y puedes acariciar…

Luego me preguntó que qué me pasaba. Supongo que tengo el pecho un poco encogido, pausado…

-Supongo que…

Llegó aquel encuentro. Llegó la lluvia.

Como cuando un ejército de membrillos invade la casa con su aroma, apostados frente al cuadro que contemplará la putrefacción paulatina de los olores, la sucesión leve de los colores que terminará en un azul perpetuo. Al menos, consiguieron que el polvo fuera más soportable.

Como cuando un leve y breve rayo de luz atraviesa la ventana, chirriando destellante, insoportablemente ínfimo, insoportablemente huidizo que poco a poco mostrará tenuemente todas las partículas flotantes. Al menos, consiguió que el polvo fuera más soportable.

Como cuando partes un hilo de telaraña, invisible e impasible, atravesado en el vacío de la sala y que poco a poco seguirá tejiéndose marginalmente, en la esquina opuesta del espejo que te refleja en toda tu imperfección. Al menos, consigue hacer al polvo más soportable.

Como cuando desestimas las palabras sordas, los gritos apagados, las voces dormidas que salen de la pantalla y fijas tu mirada en el vértice donde se cruzan todos los imposibles. Al menos, consigue que el polvo sea más soportable.

Cuando resulta inexplicablemente ese cincuenta por ciento menos probable y tu espíritu, enfrentado al consenso, marcha al exilio. Cuando sus miradas se cruzan pero caen incoloras, presas de la inseguridad, tus pupilas apagadas. Cuando la fina hierba aún con el rocío hace daño a la piel y al alma. Cuando tu propio soliloquio interno destruye cualquier esperanza.

Al menos, la lluvia hace que el polvo sea más soportable.



miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sobre los límites.

Igual es tan tarde que empieza a ser demasiado pronto; podría ser prontísimo para empezar a confundirse con demasiado tarde. Pero no pasa nada, estoy a mis anchas, estoy donde quiero estar porque se ven las estrellas si abro la ventana. Me he visto saliendo del cine. He salido al exterior. Hacía bastante tiempo que no trascendía hacia ese mundo expansivo y sin límites, hacía tiempo que no me sumergía en ese mundo. Lo echaba de menos. Y es que mi fibra sensible, quizás, sea la ciencia ficción. Hemos seguido paseando después de casi tres horas de película y yo le seguía dando vueltas al mismo momento. El dilema trascendental. La elección que inevitablemente va a guiar el futuro de toda la especie. Es uno de esos momentos en los que tocamos los límites de lo real y nuestra condición de imperfectos humanos nos delata. Miro hacia arriba y me transporto. Ya estoy a bordo.

****
Moondog. Cosmic Meditation. 20 min. aproximadamente de inquietante tranquilidad sonora espacial.

Se encienden los motores y se inicia el despegue. La misión está clara: explorar la infinitud del vacío, más allá de nuestro planeta, en busca de un lugar donde volver a plantar las semillas de nuestra civilización. Nuestro planeta agoniza, se muere, respira aire intoxicado, polvo de podredumbre que lo entierra todo como aquellas hojas amarillas del otoño. Tiempo. Tiempo. Más tiempo. Pero este escasea, y a veces pasa lento, o demasiado deprisa, no lo sé, es relativo. El tiempo que transcurre y nos acerca a nuestro objetivo a su vez aproxima a la humanidad hacia el fin. Sobre esa base jugamos. Ese es nuestro tablero de juego. De pronto, los astronautas se encuentran colgados en la inmensidad. Los cálculos pueden fallar. Nuestras matemáticas también son humanas. ¿Y si fallan? ¿A qué nos sujetamos? La racionalidad queda invadida por nuestras almas. Cada aliento es un cálculo, cada gota de sudor es una cantidad exacta de energía, cada suspiro, cada esfuerzo, cada parpadeo es un segundo de vida. Las decisiones son binarias; no se puede apelar a los sentimientos.

Primer dilema. De nosotros depende la supervivencia de la especie. Sale el capitán con expresión magnánima y empieza la asamblea de tres: el ya mencionado capitán, la doctora experta en física de la relatividad y el astrofísico afamado y apasionado venerador del cosmos. Debemos atravesar un espacio de distorsión temporal y cada minuto que pase será equivalente a unos cuantos años en la Tierra. Inevitablemente hay ambiente de tensión, terror. Todo cuanto conocemos puede que se esfume en el transcurso de unos minutos, allá en nuestro hogar, mientras nosotros apenas lo inadvertimos. Puede ser que viajemos demasiado rápido y cuando regresemos ya todo se haya ido. Estamos solos. Colgados. Nadie nos oye. Tenemos una gran carga sobre los hombros, la carga de la responsabilidad. Pero, ¿somos capaces de renunciar a todo cuanto queremos por la razón de actuar por esa causa superior, tan lejana? ¿Y si es aquello a lo que renunciamos la causa por la que luchamos? ¿Y si son todas las personas a quien amamos? El debate es intenso. Tres simples mortales acarician los límites de la inmortalidad. El valeroso capitán, de sólida moralidad, duda en si retroceder. La doctora medita, preocupada, incapaz de atisbar algún argumento moral en cualquiera de las dos soluciones. El venerador del cosmos asiente y se resigna ante la inmensidad incomprensible de la realidad y nuestra condición de granitos de arena esparcidos entre las estrellas aunque, finalmente, cree que debemos seguir adelante.

Segundo dilema. La decisión está tomada. Pero el acuerdo no era general. La duda. No somos ordenadores que tomemos decisiones binarias, apreciamos los matices, nos venimos abajo, surge el remordimiento, da paso a la desconfianza. El astrofísico venerador de las estrellas duda de la debilidad emocional de los otros dos. El capitán duda del excesivo idealismo del loco científico. La doctora piensa que la heroicidad vanidosa del capitán puede hacerle tomar decisiones imprudentes. Se observan unos a otros en el silencio, entre el sonido armónico de los controles de la nave. Los ojos están inyectados en sangre. No hablan. La convivencia se hace difícil. El límite de la cordura no existe. Joder, ¿existe algún límite allá arriba? ¿Importan los valores humanos si la posibilidad de regresar poco a poco se desvanece, junto con la esperanza? ¿Dónde acabaremos si no es perdidos en el espacio? ¿Dónde acabaremos si no es engullidos por la negrura infinita? Pero hay que recordar los objetivos. Hay que recordar la misión. Hay que recordar la causa.

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El camino de vuelta a casa. Estamos metidos en los personajes. También nos sentimos encogidos de esa sensación de exceso de vacío, de soledad natural. ¡¿Y si fuésemos uno de nosotros?! Eso me abruma. Me excita. Pensar en que la humanidad puede pender de un minúsculo hilo sujeto, incluso, al más mínimo suspiro de alguno de ellos.

-Imagínate la situación, tío, imagínatela. ¿Qué hay más romántico que un astronauta perdido ahí, arriba… en el espacio? Buah, ni Canción del Pirata ni nada: ¡La Canción del Astronauta!-

- Yo es que pienso en un tío en silla de ruedas, invitándome a echarme un cigarrillo mientras va diciendo aquello de: puede que estéis viendo esto, eso quiere decir que el Plan sigue su curso, puede que no haya nadie delante de este holograma…-

Pink Floyd. Interstellar Overdrive. 9 40 min. Colgados de los hilos colgantes, punzando las estrellas.

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Tercer dilema. El viaje de vuelta. La misión se ha terminado, pero no todo ha ido según lo planeado. Ha habido sacrificios. Nunca nada va según lo planeado. Ha habido sacrificios. El capitán ha demostrado su valía en un acto heroico. La física relativista ha conseguido los resultados. El astrofísico no está. El astrofísico se ha aferrado a la ciencia maníacamente, ha perdido su mente que se ha fundido con el espacio. Y ambos vuelven a poner los pies sobre la Tierra. Pero ya nada es igual. Todo el mundo está preparándose para empezar de nuevo, para partir hacia otra estrella, y ellos son los que los han mandado al exilio. Exiliados del hogar. Aún quedan unos pocos años, pero todo seguirá su curso. Habremos acabado por devorar este planeta y huiremos de él buscando otro nuevo horizonte. Del capitán se pierde la pista, no vuelve jamás a aparecer, pero nadie olvidará que fue él quien empezó todo esto. Aparecerá en los nuevos mitos de la nueva era. La física ha quedado sumida en un letargo mental profundo. Ahora vaga entre el polvo y los demás restos que siguen, a su vez, pulverizándose. Pero nadie olvidará que fue ella quien empezó todo esto. ¿Deberían haberse quedado colgados?

****

-Tío, no sé. Cuánta epicidad. Yo también me siento vacía-  Y se ríe.

-Oh, dios. Deberíamos ir a tomar algo y hablar de todo esto. Es más, en cuanto llegue a casa me pondré a escribir. No sé, me he quedado flotando.-

Luego nos fuimos, cada uno a su casa. Y me metí en la cama queriendo ser astronauta.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Dosis.

Sé lo que me pasa. Sé exactamente lo que me pasa. ¿Euforia? No, ¿qué dices? Se está acercando. Noto como se acerca. Nerviosismo. Paseo por la casa sin rumbo y sin rumbo dejo de pasear. Me lavo la cara con agua fría, me miro en el espejo. Me vuelvo a lavar la cara con agua fría y me vuelvo a mirar en el espejo. Sacudo la cara mientras me miro con mis ojos fijos. Corro nervioso, de nuevo, pero esta vez doy vueltecitas sobre mí mismo. Miro al techo y pienso, busco, remuevo, desentierro, descubro… ¡Joder, eso es bueno! Y por mi habitación veo a Celaya apuntándome con su poesía. Y encima de mi mesa veo a Kerouac amenazándome con cohetes amarillos que explotan como arañas entre las tinieblas. Y me dan ganas de salir al jardín y enfocar al sol a través de un trozo de cristal punzante y en forma de media luna.

Existen ese tipo de personajes ensimismados en su propia idea. Encogidos…bueno, no, más bien encorvados, con las manos detrás de la espalda, dando vueltas en círculo como una pantera presa. Pero no viven aquí. Sé qué les pasa. Sé exactamente qué les pasa. Están notando como se acerca. ¡Joder, vaya si lo notan! En ese momento es cuando se paran en seco y desenfundan el carboncillo y empiezan a mancharlo todo con sus ideas insolubles y encolerizadas, mezcladas y sosegadas, mortecinas y oscuras.

Yo sigo mi ritmo acelerado. Estoy tenso. Sé exactamente qué me pasa. Quiero escribir. Quiero azotar el teclado y escupir palabras, escupir por los dedos. Lanzar epitafios malditos a pétalos que se pudren y que se lleva el viento. Quiero vaciar el alma o desgarrarla. Pero no lo haré hasta que la casa esté silenciosa. Hasta que no haya ni un ruido que pueda alterar la impermeabilidad de la sala. Hasta que esté cara a cara conmigo mismo. Entonces: me queda dar vueltas o abrir la ventana y gritar que se vean las estrellas. Tendré que esperar a quedarme solo.

Me doy miedo. Me he transformado en una especie de bestia. Cuento sin parar y devoro los espacios en blanco. Me aíslo del mundo exterior. Cuando entro en trance empiezo a no entender lo que se cuece fuera. Y de pronto te pueden dar ganas de llorar. Puede ser que me haya equivocado. No he esperado a quedarme solo y he mantenido contacto. Cuando soy un extraterrestre me convierto en irascible y ofuscado. Tendría que haber esperado a quedarme solo. No distingo lo siguiente que sucederá de los espacios en blanco. Lo dejaré aquí.
                                                                           
"                                                                     
-¿En cuáles piensas ahora?-
- Pienso en las que vemos y ya no están, las que igual desaparecieron hace miles de años pero siguen ahí.-
- Esas son las que más hacen pensar. Yo también pienso en las que están… pero ya muertas-
"

jueves, 28 de agosto de 2014

Venga, fuera.

Abajo.

Mis manos aferradas a la tela. Algo lo ha engullido todo y se lo ha llevado.

Sollozo.

Rabia.

Ni veranos escurridizos ni inviernos interminables. Ni capas cadavéricas de hojas muertas, cubriéndolo todo, ni primaveras esclarecedoras. Solo los momentos que venían, pasaban y ya se han ido. Solo están las putas esquinas que ahora quedarán vacías. Se rompió todo. Se rompió aquel día en que renunciaba a la eternidad por pasear por puentes infinitos. Me encontré con parte del cielo tendido en mis brazos… y todo eso que se iba volando.

Arriba.

Fuera.

Bien, vamos a ver. ¿Está todo en orden? ¿Seguro que está todo en orden? Los poemas, ¿dónde están los poemas? Ni una lágrima, solo una leve sonrisa melancólica. El puente, el lado del río, el sofá mugriento, el banco de debajo de la farola. Seguimos, a ver, unos zapatos rotos, agua burbujeante… ¡La canción! ¡La canción! ¡Los gritos al aire de rebelión! Esto… también las frustraciones, también. ¿Qué más? Los momentos… los momentos. Una lágrima pasada, un escrito, una nota… Las risas, las sonrisas, las caricias. Recordar no es malo, mantenlo en su sitio. Pasado.

Mantenlo en su sitio.

Arriba.

Me acuerdo del consejo, sí, de ese consejo. Espalda recta, palmaditas en las piernas, salto hacia arriba y salir gritando. Salir gritando. Cabeza en su sitio. Bien. Barba. Me la acaricio. En su sitio: rasca. Podemos seguir adelante.

Fuera.

lunes, 11 de agosto de 2014

Un corte de luz en el cielo.

Veo sus caras. Veo sus gestos de rabia. Veo la saliva que sale de sus bocas disparada en pequeñas gotas que se difuminan en el aire. Veo cómo escupen palabras. Veo cómo se indignan y cómo se inyectan sus ojos en sangre. Veo cómo se enfrentan cara a cara e intercambian sandeces y exabruptos salidos de tono. Veo cómo todo va deprisa. ¿Alguien tiene razón?  Estoy expectante. Son todos iguales. Salgo fuera.

Levantas la vista y ahí está: la cúpula estrellada del cosmos. No hay nada que hacer. Somos pequeños. Mientras todo descansa en el perpetuo vacío nosotros nos peleamos en este granito de arena del que nos hemos adueñado. ¿Quién nos vendrá a salvar? Creo que nadie. Somos solo polvo de estrellas. Pasamos unos detrás de otros sin que allá arriba nadie se inmute. Hoy hay lluvia de estrellas. Estirado en el suelo, sintiendo el tacto de la arena y haciéndola pasar por entre tus dedos. Sintiendo el tacto de la hierba, húmeda de la noche. Ahí están las estrellas, ahí, arriba. Y como un corte de luz en el cielo veo la primera estrella fugaz. Y mientras tanto todo sigue en su lugar.

Están en sus casas, pegados a la caja tonta, pudriéndose en sus butacas. Están en las terrazas de los bares tomándose unas cañas. Están leyendo un libro. Están fundiéndose en la cama. Están cometiendo un asesinato. Están persiguiendo al asesino. Están dirigiendo a la gente a la ruina. Están al borde de la muerte. Están al borde de la vida. Están muriéndose de hambre y muriéndose de ricos. Están en todas partes. Protestando en las calles. Rezando a dioses verdaderos y riéndose de dioses falsos. Meditando sobre su sentido. Siendo pragmáticos en el sin sentido. Algunos miran las estrellas. Las únicas estrellas fugaces somos nosotros, polvo de estrellas.

Segundo corte de luz en el cielo, segunda estrella fugaz. Van cayendo mientras tanto. Y estoy embobado mirando hacia arriba. Cuando veo todos aquellos mundos de hace millones de años me entra un escalofrío. Su luz ya está extinta o seguirá brillando algunos millones de años más. Es reconfortante, es una manera de decir que no le importamos a nadie más allá de nuestro pequeño hogar. De alguna manera me empapo de ese sentimiento y cómo un alienígena paseo entre los entes terrícolas sin apreciar su existencia. Qué pequeños somos y qué poco le importamos al vasto cosmos si tal como nacemos hemos de morir. No somos más que fruto de las circunstancias, nada más.

Creo que mientras me escupan en la cara sus inútiles palabras les diré - Tío, si no eres más que una mota de polvo en este universo, no vas a cambiar las cosas. No le importas a las estrellas, seguirán ahí y tú morirás. – Luego volveré a estirarme en el suelo, pasaré la arena entre mis dedos y notaré la húmeda hierba. Tercer corte de luz en el cielo, tercera estrella fugaz de la noche, polvo de estrellas.

jueves, 22 de mayo de 2014

¿Sueñan los androides dentro de libros electrónicos?

Entro en una librería. Veo libros, muchos libros. Pero a mi me interesan los pequeños y escurridizos, los que se malgastan con el tiempo y dejan ver los vestigios de su paso por tus manos. Y son baratos. ¿A qué huelen los libros? No lo sé, supongo que a humanidad. Huelen a que te contarán una increíble historia. Huelen a una mancha de tomate de la comida de antes o a una gota de sangre que se te ha caído de la nariz (y es que a mi me ha pasado).

Entro en una librería. Veo libros, muchos libros. Me vuelvo loco y pienso en cuantas vidas debería vivir para leérmelos todos. No salen las cuentas y decido intentar subdividirme y que me salgan dos cabezas. ¿A qué huelen los libros? Yo soy de esos que hunde sus fosas nasales entre las páginas a ver qué le suscitan. Qué estímulo capta. Y es verdad que puedes palpar el granillo de las hojas de cada edición distinta. Y si es viejo y las hojas son amarillentas-anaranjadas, huelen a historia vieja y son aún más interesantes. Voy a una librería de viejo dispuesto a sumergir el hocico en cuantos libros pueda. Remuevo sus páginas, las paso rápidamente por delante de mi. Empiezo a leer la parte trasera pero no acabo porque tengo cuatro libros más en la otra mano y, ¡mira este! Cojo otro.

Entro en el metro. Veo libros, muchos libros. Veo tablets o libros electrónicos de esos de color blanco tan falso de sus hojas de bits. Cuando veo gente leyendo libros corrijo mi postura suspicazmente mientras estoy apoyado en el plano de las líneas del metro para alcanzar a descubrir el título de la obra. Cuando veo gente leyendo tablets o libros electrónicos de esos de color blanco de las hojas tan falso… Ey, espera. Si no puedo descubrir el título. Miro por arriba, por debajo. Bien, creo que lo pone arriba, en la parte de arriba de la hoja, muy pequeñito. Pero no huele, ¿no? ¿A qué huelen los libros electrónicos? ¿Sueñan los androides dentro de libros electrónicos?