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Los siguientes acontecimientos pasaron demasiado rápidos. Son de
aquellos sucesos traumáticos en los cuales el miedo te invade y te paraliza. Te
falta aire en los pulmones. No
puedes hablar, ni mucho menos gritar.
Que con el tiempo acaban siendo nada más que recuerdos efímeros, reprimidos a
un subconsciente, pero dejando una gran huella tras su paso. Y como es bien
sabido, el mayor terror aparece con lo conocido. Cuando estos recuerdos vuelven
a un presente.
La expresión de la cara del científico cambió, sus ojos estaban
inyectados en sangre mirando fijamente el cuerpo situado encima de la camilla.
Agarró la vara metálica con ambas manos y la colocó amenazante delante de él,
apuntando con la punta de diodos al monstruo tumbado. Quiso matarlo, quiso
acabar con aquello. Agredió con fuerza contra el vientre. Se pudo ver una
descarga eléctrica que sacudió violentamente, retorciéndolo, el cuerpo pasivo.
Las luces centelleaban, emitían destellos irregulares, debido por un
aumento de la tensión. Sudoroso, el científico contemplaba con la mirada
perdida el cuerpo. Estaba fuera de sí, se preparó otra vez para una segunda
estocada. Fue a golpear ahora aquella cabeza prominente.
De repente todo oscureció. La luz se había ido. Un destello blanco en medio de la sala, un
cuerpo retorciéndose y un grito. Aquel grito.
Cuando cesó el destello la luz volvió nuevamente. Todo estaba sumido en
un completo silencio, y a la vez envuelto en aquella tenue atmósfera. Todo parecía irreal, como si de una espantosa
pesadilla se tratara.
Markovic, inmerso en sus pensamientos y
bloqueado por el miedo, se preguntaba a sí mismo si aquello que había
visto no había sido más que un vil juego de su mente.
Sí, eso es… Esto no es real…
Aún en su espanto observó más detalladamente la macabra escena que
presenciaba. La tenue luz dejaba entrever lo sucedido. Había un cuerpo en el
suelo. Markovic se levantó y se acercó. Alrededor del cuerpo había sangre,
mucha sangre. Entre las manos de la víctima había una vara metálica. El cuerpo
tenía el cuello abierto, y una gran herida en el abdomen donde asomaban las entrañas.
El rostro de aquella víctima expresaba el propio miedo: pálida y fría como sus mismos ojos.
Su respiración se agitaba cada vez más, su corazón no paraba de
bombear. Levantó un poco más la cabeza y lo vio. Encima de una de las lámparas
estaba el segundo científico, o por lo menos lo que quedaba de él. Su cuerpo
pendía bocabajo sujeto por el alambre de la lámpara, el cual le rodeaba la
pierna. Le faltaba medio torso y un brazo. La carne que aún le quedaba estaba
cruelmente mutilada. Un torrente de sangre bajaba desde esa gran dentellada del
vientre hasta la cabeza y goteaba creando un charco grande en el suelo. Se giró
inmediatamente para quitar de su mente aquella imagen. Pero, se encontró con
una peor estampa. Su corazón paró de latir. Tragó saliva. Delante de él estaba la camilla quirúrgica
donde antes hubo estado el experimento
de la puerta 13. Las amarraderas que lo hubieron sujetado estaban rotas. Había desaparecido, había escapado.
La ventana de la galería superior donde observaban los demás
científicos del centro estaba rota. Era imposible creerlo, pero sus ojos no le
engañaban: había atravesado los 15 centímetros de cristal a prueba de balas. Y
a pesar suyo, no oyó ningún grito, ningún hombre pidiendo ayuda, estaba solo,
solo ante él.
No podía pensar con claridad, inconscientemente corrió hacia la puerta
de entrada de la sala. Utilizó la palanca de obertura manual que se había
colocado previniendo un fallo en el suministro eléctrico. Atravesó la puerta ya
abierta casi corriendo, tenía que buscar a alguien, seguro que alguno de sus
compañeros había escapado de sus fauces
como él.
El pasillo que conectaba la sala de operaciones con el resto de la
instalación se veía más tenebrosa de lo que era habitual: luces de seguridad
titilaban formando sombras de monstruos acechantes, ruidos de cañerías y
conductos de refrigeración estropeados por la sobrecarga daban el ambiente
preciso de clamores y rugidos dando vida a aquellas sombras. Charcos en el
suelo, polvo en suspensión y la luz tenue, palpitante; aquella visión zozobraba
el ánimo a Markovic. Impotencia.
Es difícil comprender como a veces el menor detalle da un vuelco a
nuestros sentimientos, los transforma, los cambia. Pasamos en un instante del
completo hundimiento, parálisis del miedo, a recobrar el color, a levantarnos.
A veces, los pequeños detalles dan un atisbo de luz, una razón, una esperanza a
la que aferrarse y por la que liberarse de las manos que nos aletargan, para
escapar del Miedo.
¡Voces! No estoy solo.
Eso fue. Escuchar las voces de algunos supervivientes le dio la fuerza
suficiente para atravesar corriendo aquel pasillo. Torció a la izquierda y se
encontró en una sala circular. Enfrente de él se encontraba el pasillo que
conducía a los laboratorios de investigación y búsqueda de plásmidos, a la derecha el hall principal de aquella
planta con los ascensores, que en aquel momento estarían inservibles, y a la
izquierda el laboratorio de experimentación animal. Volvió a oír las voces, sin
duda provenían de los laboratorios de animales. Entró dentro. Era una sala de
mil seiscientos metros cuadrados, de doble altura, y con galería en la planta
superior que daba vista hacia el centro de aquella estancia. en ella estaba
situadoas las salas destinadas a la investigación. Estas salas estaban separadas por paredes de unos dos metros
cincuenta de altura, sin techo.
Miró a los lados del pasillo que había alrededor de aquellas salas. La
calculada colocación de un generador de emergencia para abastecer a los microhábitats ahí
presentes alimentaba los focos necesarios. Uno de ellos, situado en el pasillo perpendicular al cual se
encontraba el hombre, iluminaba la esquina. Una sombra vagamente familiar se podía observar en ella. Caminó hacia aquella esquina del pasillo. Sin
duda esa sombra pertenecía a alguien, de alguna
persona, de algún superviviente. Inmediatamente comprendió, las voces
pertenecían de aquel hombre, y si era un hombre, él no estaba solo ahí, y por
tanto podría haber más científicos que no hubieran perecido por aquel error de experimento. Notó que la sangre corría veloz en sus venas,
que algo fluía dentro de él y le animaba a continuar andando, ¿esperanza?
Una mueca que quería parecer sonrisa se vislumbraba en sus labios,
sin lugar a dudas quería girar la esquina y saber quién era aquél individuo.