miércoles, 30 de diciembre de 2015

Blanco y sincopado.

1.

Alguien alguna vez pensó en dar una palmada al aire y detener el tiempo. Sé lo que sentía: caminaba por la misma calle de tantos y tantos días y siempre para él era invierno. Veía las mismas personas de siempre, las mismas dudas le asaltaban y como una bruma pesada desordenaban sus pensamientos; los sentimientos ya una vez enterrados volvían a descubrirse. Podía ser una mirada inadecuada, emotiva.  Alguna vez, simplemente el color de unos ojos ya conocidos. Incluso, una voz adoptando un sonido familiar; el mismo fastidioso ambiente. Tenía tantos sueños y tantas ideas, tantas expectativas. Siempre volvía al mismo lugar y chocaba con la patética realidad, la verdadera. Y, evidentemente, el idealismo romántico daba paso a la desesperante frustración.

Cuento esto porque conocí a ese alguien: pájaros en la cabeza, elocuentes, prometedoras y visionarias palabras que a cualquiera le hacían removerse por dentro, como un cosquilleo, y  buscar, embriagado, unas alas con las que volar. Siempre decía algo de que iba a viajar muy y muy lejos. Al cabo de un tiempo, siempre volvía, siempre me lo encontraba en el mismo lugar. Primero clavaba la mirada en el infinito y luego, como si diera una gran bocanada de aire, se volvía a llenar de vida y energía. No quería rendirse, ante nadie, y mucho menos ante sí mismo. Una y otra vez, una y otra vez. Incansable. Sí, era una persona curiosa, pero en el fondo su voz acabó por tomar un aire trágico, apagado. Era una tristeza muy profunda, casi imperceptible. Solo me di cuenta un día, mientras divagábamos largamente sobre grandes cosas: en lo más profundo de su mirada había algo tenebroso, un punto oscuro, negro. Me hizo removerme del asiento y a duras penas pude aguantar el tipo, mantener la expresión impasible. Pero se dio cuenta al instante y dejó de hablar. Se levantó, recogió su abrigo, inmutable. Hizo ademán de irse, pero entonces dijo:
-He visto una fotografía. –
-¿Cómo?-
- Sí. Una fotografía…en blanco y negro. Era una chica, de espaldas. – Hizo una breve pausa, reflexiva- Se lanzaba a la luz que iluminaba un pequeño callejón, recogido y cercano, emergiendo de las sombras, bajo un puente. Está dando un paso hacia adelante, calmada, ligera,¡ligera!, movida por la suavidad del viento que la lleva. Ahora la recuerdo, veo la imagen, la fotografía. Un paso luminoso que limpiará la mente de dudas, incomodidades, de pretensiones que iban a acabar rompiéndose... Y está de espaldas, negando todo cuanto había quedado sumido en las penumbras, bajo el puente. Me causó fascinación aquel salto, libre, como una declaración de intenciones... Más bien era como un acto de rebeldía aunque desenfadado, como un tambaleo desinteresado hacia una dirección incierta.- Calló. Me miró unos largos segundos y entonces se fue, esta vez sí. Sin añadir nada más. No le volví a ver.


2.

Estaba por llegar el metro, ya chillaban las ruedas sobre los fríos raíles a través del túnel; ya se intuían los faros del primer vagón como dos luceros claros. Estaba sentado en el banco de la estación, inclinado levemente hacia un lado y perdiendo la mirada en el estúpido cartel publicitario que se despegaba con tristeza por sus bordes, como si no tuviera fe en sí mismo, cayéndose como cansado, resbalando por el muro como apático, reflejando agotado el pesar de su mensaje vacío.

Chirriaban las ruedas del metro y ya inundaron con sus gritos aquella estación de Barcelona. Y cada cual de los allí presentes, con su particular gesto rutinario, se lanzaba al viaje oculto, dispuesto a subir. Ya se abrían las puertas de los vagones. Fluía, fluía dentro de ellos, automatizando los movimientos, inercia, inertes sus pasos, inexorables sus gestos, ineludible como una ola. Fluía el torbellino, el de más allá con su periódico, hundiendo la vista, expresión vaga; la pareja con sus voces molestas, discutiendo por nada en general; riendo de cualquier banalidad unas amigas al fondo de la parada. ¿Adónde se dirigían? No lo soportaba. No quise entrar, no quise tomar ese tren. No lo quise.

Di una palmada al aire. El tiempo se detuvo. Las agujas del reloj. Los sonidos. Las personas. Los gestos se helaron. Inmóviles. Pararon con el fluir de todo aquello, como si hubieran estado conectados al engranaje que lo movía. Salí del metro, a la superficie, y di un paso hacia la luz.


sábado, 31 de octubre de 2015

I.

Desde el primer “como”,
introductorio del apocalíptico arrebato de la belleza,
despierta la mente dormida
y salta a imaginar
(haciendo la revolución predica):
como si los pies que se sujetaran a la tierra
se quisieran alejar de la firmeza
y buscaran sentir el hálito del viento fresco,
revolucionario en cada coma y en cada verso,
en la fulgurante poesía.

domingo, 25 de octubre de 2015

Soliloquio inconexo por conjunción de un diedro y medio.

Había pensado titular esta entrada, primeramente, en un arrebato de pedantería, como “Soliloquio inconexo por conjunción de un diedro y medio”. Se me planteaban serios problemas a cerca de saber, a ciencia cierta, si era más pertinente colisionar uno, dos o dos diedros y medio. A medida que seguía mi irrefrenable pluma escribiendo, reflexionaba concienzudamente, y un destello de luminosidad aclaradora hizo que me viera rendido ante las fauces de la frivolidad, vencido ante un vacío de significado. Haciendo alarde de valentía y transparencia, de sinceridad, decidí retitular mi texto como: “Parafernalia concebida en base a ninguna utilidad práctica”. Pero inmediatamente retrocedí en el impulso, habiendo perdido este toda su ferocidad estética y conceptual. Retorné a la idea primigenia, a sabiendas del embrollo en que me había metido, y supuse que, a raíz de los acontecimientos, un buen título, casi premonitorio del desastre que estaba por acontecer, sería: “El nacimiento de la tragedia”. Pero creo que ahí ya estaba pecando de falta de originalidad, así que pensé no aludir a la tragedia en general, sino a mi única y propia, a la mía en particular: “El nacimiento de una tragedia”. Poco convencido estaba. Girando el papel entorno al eje de mi dedo índice, perdiendo el pensamiento como quien pierde la vista ante un maravilloso y bucólico escenario alpino, quise hacer de este un avión de papel. En el momento en que iba a desprenderme de él, lanzándolo a vagar por dondequiera que lo llevara el viento, caí en lo hermoso del concepto, del surcar de las palabras que en él iban pasajeras. El título se me mostraba ante mis ojos: “El carácter efímero del verbo”. Pero rehuí de tal abordaje conceptual; buscaba algo más accesible. “ El avión de papel”; “El caso del avión de papel y las palabras que llevaba consigo”; “Las palabras pasajeras”. Aquello me parecía ya una cursilada sin precedentes. Enfadado de nuevo con la existencia, irritado con el todo y la nada, el absoluto, di rienda suelta a mi imaginación, creyéndome un buceador del subconsciente. “Sobre voluptuosos encuentros entre intrincadas categorías y cerros nevados”; “La caída inadecuada de la luz matutina en el pozo de enfrente”; “El saber retorcido del paso de los granitos de arena por el estrecho cubículo que todo ello conforma un reloj de arena”; "La mirada consciente del reptil hiriente”. Se acabó, joder. Ya vale. Hala. Punto. Me he cansado. Lo dejo todo como estaba.

martes, 29 de septiembre de 2015

Las luciérnagas centelleantes de la avenida.

El otro día no supe qué decir. Solamente me puse a escuchar el silencio. Escuché el aire retenido y palpitante que sugería que una ínfima vibración estaba por aproximarse, sí, lo notaba. Los pelos del brazo se me erizaron y yo estaba apoyado en la barandilla de aquel octavo piso, mirando a la calle vacía, a la noche urbana y a las luciérnagas inmóviles de hormigón que centelleaban en la otra acera. Entonces, la premonición de antes. Llegué a atisbar el resplandor y en el momento justo, como si mi brazo fuera un mecanismo automático, sin pensarlo si quiera, un gesto rotundo y repentido, acelerado, vino a pronunciarse, naciendo desde el mismísimo hombro y extendiéndose por toda la extremidad, resultando en un amplio giro orbital que cazó al viento. Sí, lo agarré con la mano y todo aquello que iba a decir, el silencio, sí, el silencio. Porque a veces el silencio habla y yo le robé las palabras. Y ambos, como si le hubiera puesto la mano sobre sus labios, quedamos sumidos en la calma espectral, sin tener ya nada que hablar; solo contemplar las luciérnagas centelleantes de la avenida.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Qué divertido es estar aburrido.

Supongo que puede sorprenderos un título tan antitético, y bien, soy consciente de que es bastante improbable inclinar la balanza hacia los dos lados, lo sé, diversión y aburrimiento no pueden ir mezclados. Pero me gustaría atender a los matices, a la belleza que hay en ellos, a la frontera difuminada entre ambos valores y todas sus finuras. Creo que he encontrado, en uno de mis paseos matutinos, con toda la calma de la que disfruto estos días, una especie de punto medio, una especie de ataraxia, tranquilidad insonora. Bien, me explico. Ya de entrada, no tener nada que hacer durante toda la jornada puede presentarse como algo absolutamente aburrido. Después de verme sumergido en tal situación durante unos cuantos días, he acabado por descubrir que hay algo que vence al aburrimiento, una especie de magia que pasarías por alto un día de rutinario estrés, ofuscado en el estudio, de esos que pasas por casa, comes y vuelves a lo tuyo. Sí, a parte de tener tiempo para pasear, una manera satisfactoria de liberar la mente, he observado que te fijas más en las cosas, aún siendo pequeñas, es decir, como no tienes un destino prefijado, cualquier pequeña aventurilla cotidiana se puede convertir en un espléndido relato: señores, ayer fui al supermercado y compré yogures con trocitos y, además, fui a ver una exposición. De la misma forma, a la pregunta protocolaria de “qué tal ha ido el día” la encaras centrándote, únicamente, en una sola cosa, sin obviar ningún detalle, aunque sea mínimo, que es la que ha ocupado todo tu tiempo. Pero no por larga y compleja, por deber, sino porque no había otras más y tu reloj fluye despacio, los granitos de arena caen sin prisa, como si no se percataran de que su propia vida marca el devenir de todas las eternidades. Los contornos del relato, antes más vagos e inexactos acaban por perfilarse perfectos y brillar como si fueran solos, entornándose unos con otros, fogosos, reluciendo como estrellas. Ves como, provechosamente, puedes detenerte a analizar las cosas y determinar reposadamente, sin necesidad de forzar la maquinaria, la solución más conveniente en cada momento. Los minutos se hacen más largos, es más, el espacio-tiempo tiende a alargarse, deformarse, y tú envejeces más tarde que tus compañeros de piso que han hecho más de mil y una cosas en el mismo momento en que acababas de completar una, la tuya, la única e indivisible: contar la cantidad de zapaterías que rodean la zona y, extrañado, disertar a cerca de las causas y consecuencias; escrutar a vistazos demorados las paredes roídas de la habitación y todas sus capas de pintura, unas sobre otras, superpuestas; y ese ladrillo de enfrente que ves por la ventana y estimula tu imaginación y la impulsa a reflexionar sobre la posibilidad que cabe entre el rojo y el naranja, casi un marrón, ocre, la unión de cada uno de sus pigmentos; cortar el silencio con cuchillas de afeitar. Vencen los pequeños relatos a los grandes, se tornan majestuosos. Aparte de eso, no he visto el momento de hacer la cama. Hacer la cama está sobrevalorado.

sábado, 22 de agosto de 2015

El mirar pasajero.

El mirar pasajero de unos
ojos claros desconocidos que alguna vez
me vieron y no han de tornar a hundir sus pupilas
en las mías por aquel error
del tiempo siempre traicionero.

Lleno de angustia el viandante por las calles de la vida
ante la injusticia
sobre el andén declama su extenuada pena,
a la mirada de nostalgia ya por siempre perdida
recita:
-A los ojos claros desconocidos
que se cruzaron con los míos y se fundieron
con el tiempo siguiendo la vía del tren,
en el vértice del horizonte, haciendo imposible
el reencuentro, quiero decirles:
habéis dejado mi alma erosionada
con vuestra mirada,
habéis dejado herido al errante
sobre el andén.-

-El vano segundo finito perdido en la infinitud
de los temores solamente queda
y con él el calor de un momento clave,
la caricia fugaz de esas pupilas,
el clamor de la angustia de sobrevivir
a golpes, a trazos gordos, a cada instante.
Un olvido incesante. –

-A la mirada desconocida de ojos claros
que a perderse vinieron a encontrarme,
sobre el andén, al errante,
y perdieron de vista la mirada de la nostalgia,
quiero decirles:
el instante ha sido asesinado por el tiempo
y el destino nos tendrá reservado
el insoportable peso de lo transitorio,
el insoportable peso de no volver a vernos.

jueves, 30 de julio de 2015

El hombre que susurraba a su árbol.

Mientras volvía acomodado en la música de mis cascos y atravesaba la gran recta insólita de la carretera, despejada de casas y con los campos angustiados por el calor del verano, ahí estaba él, lo vi, el hombre que susurraba a los árboles. Diréis que es un poco extraño, que no susurra, y es verdad, simplemente se arma de un palo más o menos largo, posible como bastón, y va dando golpecitos al pequeño tronco de su árbol. Estaba detrás de aquella caseta de ladrillos que hay frente a la nave abandonada. Entre la nave y la caseta había un árbol, pequeño, que suponía el único tinte verde de aquella larga recta. Aunque estaba escondido en su recoveco, protegido de los ojos y las gentes poco cuidadosas, como resguardado. No sé si es que tenía temor por él aquel hombre silencioso, quizás fuera su ángel de la guarda. El caso es que siempre lo veía con su bastón, ya no entre la caseta y la nave de ladrillo, sino en el atajo que lleva hasta mi casa. Mi hermano y yo siempre pasábamos por allí, de vuelta, a eso de las tres de la tarde, y siempre estaba el hombre con su bastón dando golpecitos a las paredes de piedra que bordean el atajo. Llevaba consigo una botella de plástico, llena de arena, y cogía piedrecitas y las colocaba en la pared de piedra, que estaba a medio caerse. Como nuestro paso por allí era algo rutinario, poco a poco fuimos contemplando como la pared que bordeaba el camino iba reconstruyéndose pacientemente. Y el hombre, con su bastón sagrado, daba golpecitos eternamente a las piedrecitas y les echaba arena de su botella. Por eso hoy me he sorprendido cuando he visto al hombre, siempre reconocible con su bastón de madera, entre la caseta y la nave de ladrillos rojos, en la recta insólita y despejada, a las tres y tantas de la tarde. Pero esta vez estaba junto al árbol, resguardado en aquel recoveco, y él le daba golpecitos con su bastón mágico. Le susurraba cosas, le guardaba de los males. Seguro que aquel hombre era la sabiduría encarnada, la sabiduría y la paciencia; el reconstructor de las miserias; o aquel bastón era el emblema de la esperanza y su magia, la sencillez de la naturaleza, el insignificante brote de la vida.

jueves, 23 de julio de 2015

Hoy es el día.

¿Sabéis el día en que os azota un
viento nuevo y os despereza,
como un golpe fresco
que despierta de un letargo profundo?

¿Sabéis el día en que camináis,
observando neutrales la deriva del todo,
las gentes sonríen,
las otras atareadas,
las calles repletas,
el mendigo en la calle,
la fortuna en su esquina,
el asco que acecha y la penumbra que alumbra,
todo prosigue como si nada
y el sol pega vertical
como una flecha ardiente,
pero tú, tú
buscas un rincón en que echar tus lágrimas?

¿Sabéis ese día?
hoy es el día,
he caminado siempre en las sombras,
la verdad enterrada,
y el viento de la madurez
que levanta las hojas del otoño,
amarillas,
que tapan los males
con su leve olvido mortecino,
yaga pulsante que no olvida
espera a mostrarse.

Hoy es el día,
hoy es el día en que el viento
se llevará las hojas
y mostrará la herida,
y caminaremos por la deriva de la vida,
y el sol será vertical, las gentes
andarán deprisa,
se cruzarán como si nada.
Y tú en medio de todo.

Los desgraciados que invocarán a la suerte,
la casualidad de su desgracia,
simplemente.
Y aquellos ojos que me miraban,
que se echaron a llorar,
no me dijeron nada.
Simplemente,
no lo entendía.
¿Era la rabia por lo que no sentía?
¿Era la introspección,
la zambullida en el alma, la apatía,
el velo de la pasividad?
¿Era el viento fresco otoñal,
la resaca de la infancia,
el aclarecer de la madurez?

¿Sabéis el día en que el golpe
de la realidad despeja las dudas,
el agua de la verdad te sacude la cara,
te empapas de lo inevitable
y de pronto todo lo contemplas?

Pues hoy es el día.

viernes, 17 de julio de 2015

Los donuts de chocolate de Alicante me los he quedado yo.

Son las dos de la mañana de una noche de verano ardiente. He pasado por el baño, me he mirado en el espejo y me he lavado la cara; la crema esa de azufre para los granos que me dio el dermatólogo y quema la piel. Deambulo por el pasillo, paso por la cocina. Me encuentro con la estampa de las galletas y los donuts de chocolate de la semana pasada. Han sobrevivido nada más y nada menos que a 600km de viaje. Originarios de Alicante. Son lo que hubiera sido nuestro desayuno un día de la semana pasada. Ahora están en la nevera de mi casa (se sobreentiende que la he abierto). La playa, la música, las conversaciones absurdas y hartarse del sol y el sudor. Los amigos y el futuro incierto, bajo la luna, corriendo con los pies descalzos sobre la arena mojada, cantando, las olas van borrando las huellas. La hamaca del jardín y mi hermano dormido en ella, con un libro sobre la pierna. El puto murmullo de la música de las discotecas que heredas al día siguiente, que repite como una mala comida. Y con todo eso, en el vértice del segundo en que contemplo como se pudren en el tiempo los donuts de chocolate, llego a la terrible conclusión de que somos islas pequeñas de casualidad arrojadas como piedras en el océano de la frivolidad en el que todo pasa, como si formáramos parte de un juego, un mero capricho de la realidad. Cierro la nevera, se va la luz y me quedo con las dudas y con la cara de tonto. Recorro el pasillo, los pies descalzos, el suelo frío. Voy a dormir porque estoy cansado y tengo sueño acumulado de estos días. Pero me muevo a la par con esa duda que aletea pesadamente en la cabeza. Cuando acaben por pudrirse los donuts de la nevera, pienso, empezaremos a entrever el siguiente paso hacia el futuro próximo, y así sucesivamente, como con todo. Y me duermo, sabiendo que en un tiempo despertaré en cualquier otro lugar extraño.

jueves, 2 de julio de 2015

Poner buena cara.

Es verano y las temperaturas son exageradamente altas. Habiendo acabado el curso, no tengo demasiado que hacer, si acaso entregar mi cuerpo al sol y contemplar cómo me deshago en sudor bajo los omnipresentes y verticales rayos y rascarme de vez en cuando los pelos de la barriga. Pero las noches, a pesar del fatigoso día, sirven de descanso mental, de retiro espiritual.  De relax, de tiempo para pensar cómodamente, de tiempo que perder en lo que yo quiera, de tiempo de escritura. De tiempo de buscar aquello que escribía la semana pasada y ahora no encuentro y quiero encontrarlo porque me gustaba. Vaya desastre. La mesa de mi salón es bastante grande y cómoda, pero está poblada de un sinfín de papeles, bolígrafos de todo tipo de colores, improvisados ceniceros a modo de cajitas de papel donde echar la punta de los lapiceros desbastados por la furia de los bocetos y las rabiosas atacadas de la escritura. Está bien el panorama. Rebuscando papeles, porque quiero dar con la dichosa cosa que escribí hará unos cuantos días, he encontrado una carta del PSOE. Es lo que no buscaba, pero bueno. Nos la enviaron a todos con motivo de las elecciones autonómicas. No sé dónde andará la pepera, aunque ya me lo imagino, supongo que no tardé en deshacerme de ella, cortarla en pedacitos y tirarla a la basura. Sin embargo, en esta del PSOE no me había fijado. Vamos a ver qué dice. Ui, solo empezar, un título que pone “gobernar PARA LA MAYORÍA”. Pues sí, qué remedio, no queda otra. Lo de las minúsculas debe de ser para parecer modernos y el título en sí una de esas grandes frases a modo de tautologías vanas que vienen a no decir nada y parecer decir muchas cosas. Es gracioso, me río por dentro porque me acuerdo de aquello que dijo el señor presidente de que en Cataluña había más catalanes que independentistas, que era un hecho irrefutable, está clarísimo. Bueno, a ver qué más dice. Habla de valores, jajajaja. Tendrán que ocupar todo el hueco del DIN-A4 para que quede presentable. Respeto, igualdad, sencillez, solidaridad, humildad, trabajo. Estas cosas están muy bien, no vas a decir lo contrario, ¿os imagináis?: ostentación, desigualdad, vanidad, avaricia. Qué ridículo me parece. Palabras idiotas que no dicen nada. Eso sí, salen sonriendo. No sé adónde pretenden llegar con un discurso simpático y buenista. Hola, soy progre aunque no estoy enfadado. Valores para un cambio de color en la vida. Bah, lo qué fuisteis y lo que sois. ¿Qué dirían aquellos que ondearon la bandera tricolor de vosotros, que no sois capaces de afirmar lo más esencial de vuestras raíces? Vaya un partido socialista. ¿¡Veis?! Y en la carta sale una mujer que no sé quién es pero que está sonriente. Un cambio simpático, una reivindicación amigable. Qué tontería. Un partido dinástico, un partido a la deriva, un partido absorbido por un sistema y que vive en una contradicción insostenible: la de su propia identidad y sus propias siglas. Os estáis muriendo, os estáis vaciando de contenido mientras ponéis buena cara. Una reivindicación, un clamor de justicia, un puño alzado desde la masa y dirigido al cielo lleva en sí el fervor de la sangre, el espíritu de lucha, el hervir del pueblo, y eso no creo que nazca de ningún otro lugar que no sea el enfado y el hastío, el cansancio, del que reclama, de la miseria del desafortunado, del vulgar nacido en el lado mayoritario de la vida como tantos otros de su estirpe y como viene siendo y será tradición durante toda la historia. ¿Qué pretenden cambiar siendo simpáticos, con una sonrisa? ¿Aquella injusticia que lleva siglos y siglos asentada con violencia, odios, guerras y revoluciones? Bueno, al menos la carta es un detalle. Casi siempre hace ilusión que te manden una carta, es algo que se  está perdiendo y eso. Aunque la del PP pues como que no. A ver, dejaré esto por aquí y seguiré buscando… Vaya, una pelota de goma verde y con dibujitos. Será de mis primas pequeñas…

martes, 23 de junio de 2015

Solo existir.

Bajo el cielo y sobre la tierra
pasea el indiferente que yo soy,
cabeza agachada, rima mala de poeta
acompasado por la madrugada en calma,
la sinceridad nocturna.

Movido por un impulso vacío,
endeble, por el hastío,
el motor único del rumor de mis pasos.
Por los suspiros al limbo de las posibilidades.
Por aquellos llantos insurreccionales.
Por el qué ha venido y el qué vendrá,
el mito de las decisiones, los proyectos olvidados.

Voy a escuchar a aquel cantautor,
voz ronca, poesía olvidada,
ahogado en la búsqueda imposible de la belleza
amarrada a la contradicción permanente
de la vanidad de los indolentes,
escondido en la luz apagada.
A ver si con sus ahítos suspiros irracionales
ilumino una pequeña vela.

Entumecido el cráneo, dispersa la mente
bajo la niebla de lo futurible.
Inevitablemente tenemos que dar el siguiente paso final
¿Y qué?
Aire de tranquilidad perpetua pero insistente,
mentirosa que esconde la búsqueda de la imposible belleza
y que busca desgarrarse en estas palabras, que son lágrimas.
Que son un efímero escondite
Que son lo indeseable, a veces…

¿Y el miedo? ¿Dónde ha quedado el miedo?
No te mientas, no.
Bajo el cielo y sobre la tierra
es el miedo el que nos mueve.
Es la frustración de lo que fue posible,
es el golpe, y el acorde, y el otra vez,
y la canción de redención y compasión
y el acerbo,
La contradicción, la contradicción, la belleza imposible
y lo bello de estar desnudo frente a la aparente crueldad.
La hermosura de respirar y seguir adelante,
Adelante.

Bajo el cielo y sobre la tierra
paseo yo, el indiferente,
pisando lo hermoso e indescriptible,
la fiebre, lo próximo, vivir acelerado,
solo existir.

domingo, 24 de mayo de 2015

Bendito desorden literario.

- Vamos a ordenar los libros de encima de la mesa.-
- ¿Por qué?-  pregunto. Ya siento que tendremos que ponernos manos a la obra.
- Me gustaría tener una mesa donde poder desayunar- vaya, hombre, yo desayuno en el mármol de la cocina, pienso.
- Pero… es apoyo emocional. Mira, es con solo verlos ahí… Aleixandre, los quarks estos de un tal Fritzsch… a ti te gusta eso, seguro; Nietzsche por ahí… apoyan moralmente, contribuyen a la atmósfera de estudio… - igual cuela, ¿no?
- Quiero desayunar.-

Entonces cojo un libro aleatorio y leo un verso en voz alta - siempre al alcance de la mano, claro, bendito desorden – con tal de convencerle de que el desorden es bueno y acogedor.

La mesa estaba llena de libros y papeles, partituras, apuntes que nunca releo y cien veces reescribo y cien veces más se acumulan sobre esos otros. La pila de libros. A veces me gusta retocar las pilas de libros para que queden bonitas. No es lo mismo una pila de libros que se erige vertical que una que la repartes en varios montoncitos. Es más delicado. Creo. Además, ya no sería una pila de libros, serían varias pilas de libros más pequeñas. Es repartirlas bien en el espacio, coherentemente. También hay un par de atlas mazacotes por ahí encima, sí, buah, el de The Times es tan genial. El único problema es que la mesa circular donde todos se acumulan ha quedado tan invadida que ya nadie puede desayunar. Así que, o desayunas en la cocina o desayunas en la mesa del ordenador mientras tienes el ratón por ahí entrometido, estorbando y peleando con tu croissant. O cruasán. Bueno, y luego está esa antología de poesía de las letras hispánicas que creo que soy yo el único que la ha sacado de la biblioteca (un par de veces seguidas) en los últimos cuatro años.

El problema está en cómo ordenar la mesa, cómo reorganizarla. Si los libros están encima de la mesa porque no había otro espacio posible en ninguna estantería, ¿dónde coño piensas ponerlos ahora? ¿En una pila de libros en el suelo? ¿Encima del sofá? Pero en el sofá hay carpetas amarillas y azules. Bendito desorden literario. Bendito desorden acogedor de poesía y letras. Desayunemos en la cocina, que luego pasear por la sala, mientras estudias, es más interesante.

-¿Pero me ayudas a recoger la mesa o no?- Claro, ante la situación me he puesto a escribir esto, je.

- Mmm…-  Se me han acabado las excusas para la pereza. Debería contribuir. Lo único bueno de recogerlo todo es que igual encuentro mis llaves.

martes, 19 de mayo de 2015


Hay un llanto encerrado,
Hay un lamento iracundo,
Hay una garra escondida,
Hay un grito reprimido,
Hay un grito angustiado, acorazado,
Hay una palabra que brama, una expresión ofuscada,
Hay una dicha valerosa, una máxima egocéntrica,
Hay un verbo apagado, un verbo minimizado,
Hay una decepción paulatina, una caída vertiginosa,
Hay una vorágine recóndita y oscura,
Hay una piedra que pesa en el pecho,
Hay una piedra que busca liberarse de ataduras,
Hay una espina que pretende vociferar de rabia mordida,
Hay un dolor que siente que no siente,
Hay una conmoción que siente que no calma,
Hay un ala inhóspita,
Hay un viento que no alza el vuelo,
Hay un hostil pensamiento,
Hay una indiferencia acumulada,
No hay lugar.
No hay sitio.
No hay noche hospitalaria.
No hay soledad hermana.
No hay.
No hay.
No.
No.

… hay una esperanza calcinada
Unas cenizas debilitadas
Una luz contemplativa
Una leve fría brisa
Una hierba del jardín que pincha la piel
Un rayo de sol que entra por la ventana
Un ligero cruce de caminos que posibilitan
Una serenidad blanca
Un recuerdo vívido y vivaz
Una tornasolada melancolía
Una pequeña lágrima, débil lágrima
Una ternura de nostalgia
Un abatimiento
Unas teclas blancas
Unas manos refinadas y blandas
Unas caricias
Una melodía lenta


martes, 5 de mayo de 2015

Las mentes inquietas y las personas tranquilas.

Decididamente, creo que soy de mente nerviosa. Aunque esto choca de frente con la calma aparente con la que llevo todas las cosas. Eso no es que no tenga prisa, más bien creo que soy de naturaleza distraída, que tengo muchas ideas en la cabeza y mi atención va más hacia dentro que hacia fuera. Por eso soy de mente nerviosa. Porque muchas veces acabo sorprendiéndome traqueteando con los dedos sobre la mesa y mirando al infinito y apurando las horas del reloj mientras escudriño cualquier conflicto interno. Luego, por fuera, parezco un tranquilo. Así que, decididamente, creo que soy nervioso hacia dentro, no hacia fuera. Me es más reconfortante que no haya demasiado movimiento a mi alrededor, eso me pone nervioso, me inquieta (aunque depende del tipo de movimiento). Eso también puede significar que sea sensible al ruido, aunque entonces no lograría explicar el porqué de mi habitual impuntualidad, aunque tampoco tiene relación con el ruido, claro. Supongo que un “nervioso externo” se apuraría siempre para llegar a la hora que le reclaman. En cambio, yo no encuentro el momento para dejar de hacer las cosas que estoy haciendo y lo apuro al máximo hasta el punto que acabo llegando tarde. Luego se me acusa de calmado. Bien, pues calmado externo. No interno. Porque por dentro siempre estoy inquieto. Luego me sorprendo soltando dichas inconexas e incoherentes con la situación. “Qué día más bonito”. Pero el día es que es bonito. Ahora bien, el tener una mente inquieta o el traqueteo de los dedos y el no estarse quieto no significa, necesariamente, hacer las cosas rápido. No. La rapidez no va asociada. La mente inquieta y nerviosa tiene que analizar y darle mil vueltas a las cosas (también es bastante autónoma y presta poca atención a las cosas que no le interesan) y eso lo retarda. ¿Eso quiere significar constancia? Pues no lo creo. Tampoco me considero una persona constante y perseverante, más bien “voy a golpes”, como me dijeron un día. Impulsos internos, nerviosos y lentos, no perseverantes. Y con lo que he dicho de autonomía, pues bien, sí. Me pone nervioso que me metan prisa en aquello que no tengo prisa. Estoy mirando la pared y pensando en alguna cosa, no me metas prisa, no soy un calmado, solo tengo una mente inquieta y esa inquietud no pienso dirigirla a cosas que no me interesan lo más mínimo, no es que sea un procrastinador natural o un tranquilo, en el sentido casi malo, solo quiero ir a mi aire.

viernes, 10 de abril de 2015

Las llagas del tiempo.

Después de uno de esos momentos en que oso vanidosamente poner el universo entre paréntesis e intentar acorralarlo entre las palmas de mis manos, me he sentido vencido por la sabiduría de los años que pesan y todas las llagas que reúne mi abuela de su paso por la vida. Mi hermano leía “El gen egoísta” y, abrumado, ha corrido a mostrarme todo cuanto le han inspirado las pocas páginas que ha devorado. Yo, entusiasmado, he iluminado mi mirada y ha empezado a encenderse la corriente entre nosotros que nos ha llevado a discutir muy efusivamente sobre el qué, el todo y la nada. El ser, el no ser, el bien y el mal. Mi abuela, con su frente profunda y marcada por la sabiduría de quien ha visto más y ha recorrido más, ha acabado refutando y poniéndonos los pies en la tierra. Su vasto argumento de experiencia (toda una vida, toda una guerra, hambre, la vocación hospitalaria de una enfermera y la vocación materna hacia toda persona) me ha dejado admirado. Y finalmente, callado, no he podido más que darle la razón. Aunque esté equivocada, solo la sabiduría de tantos años basta para acallar todas las exhalaciones de joven que cree aspirar a la cumbre y que no son más que trazos, brochazos gordos que desdibujan ideas tímidas y poco sólidas. La mirada fija de ojos grises de mi abuela me ha erizado los pelos de todo el cuerpo.  

jueves, 19 de marzo de 2015

...

- Ven, ven. Mira esto. Es asombroso. ¿Lo oyes? – ¿Quién es este? piensas, confundido (porque esta es tu historia) – Tssss… No tengo tiempo para miradas con interrogaciones, no te distraigas. Solo escucha…- Solo oyes el viento, el silencio empapando las paredes y aquel pequeño murmullo de guitarra, rítmica y con su compañera solitaria, inventando una melodía improvisada; pero eso solo lo oyes cuando te detienes un poco más – Pero es que tienes que esforzarte para escucharlo. Es un fluir, pienso. No basta con quedarse mirando las paredes fijamente, perder la vista en un punto fijo… No, a veces hace falta cerrar los ojos, ¿sabes? Y entonces, oh tío, entonces lo sientes, ¿me oyes? – Tú puedes seguir alucinado, es posible, quizás solo sea un personaje inventado, un arquetípico colgado escupiendo estupideces y con labia embadurnadora que ha entrado por estas letras a perturbar ligeramente tu comodidad. Aunque puede ser que seas tú. No sé, ¿no lo has pensado? Buscamos el fluir ese que todos desconocemos pero que somos conscientes de que existe. A ver, es algo complicado de explicar… - Solo me gustaría que intentaras escuchar de vez en cuando todo cuanto te rodea. En ese instante, en ese momento en que oyes las mínimas partículas que hacen vibrar el aire que silba cerca de tu oído, en ese momento en que los minúsculos detalles esparcen su color sobre todo cuanto es real. Es abrir los ojos para escuchar la música, es cerrarlos para sentir como la armonía de esa guitarra rítmica, una y otra vez, una y otra vez, sigue a ritmo constante y… y tú pones la melodía improvisada. Tú eres el solista de los compases. Tú corres por los pentagramas de tu existencia. Tú subes la colina a tu manera y rompes la cadencia de cualquier forma. Tú pones la música de tu vida… - Ahora puedes dejarlo estar y seguir con tu monótona pesadumbre o seguir leyendo a ver qué dice; creo que tiene algo importante que decirte – Yo creo que primero hay que pararse a mirar. Lo ves, te callas y lo escuchas, observas. Y la efervescencia de los pequeños rayos de luz que entran por la rendija y te contagian de su energía… es milagrosa. Y las voces que engalanan tus caminares solitarios y que los hacen tan originales. Como aquella flor, ¿me oyes? Aquella flor que creció sola en el jardín en la única esquina donde la luz era una extraña y tuvo la osadía de crecer valiente y rosada y gritarles a sus compañeras que el color que la engrandecía brillaba más y por encima de las facilidades que las habían visto nacer. Y si sigues callado, el ritmo sigue fluyendo, sin cesar. Y si sigues el ritmo, si te concentras en solo escucharlo, en solo sentirlo, en aislarlo como si tuvieras que cogerlo y tenerlo entre las palmas de tus manos, delicado, verás que la tienes. Tienes la magia, la tienes en tus manos. – puede ser que sigas confuso, no pasa nada, déjale terminar - ¿Y bien? ¿Qué coño me quiere decir este detrás de tanta palabrería de arlequín visionario? Bueno, solo quiero que lo cojas, sí, eso que tienes entre las manos. Quiero que lo cojas y te lo metas en el bolsillo y ahí lo lleves siempre. Cuando una sombra se meza sobre tus párpados o ensombrezca tu mente, cuando sientas que la lluvia gris es la única que abriga tu presencia, sácalo, vuelve a escucharlo, bien guardado entre tus manos, el ritmo incesante que te lleva atado. Quiero que sea tu salvación, que te refugies en ello. Que tengas siempre presente que, pase lo que pase, guardado en tu bolsillo tienes ese impulso que te hará seguir hacia delante y… - ahora deberías sonreír ligeramente – tú pones la melodía, tú eres el solista que improvisa por encima. -

viernes, 6 de marzo de 2015

Los bebedores de kéfir.

Es como una comunidad biótica de bacterias y pequeños seres conspiranoicos que viven a la sombra de la humanidad, en su pequeño mundo dentro del bote y untado en yogur pastoso, creciendo sin cese y con la calma aparente de quien no es más que una minucia para nosotros, que lo sostenemos en alto para verlo bien y maravillarnos. En realidad lo sostiene mi hermano. Lo contemplamos desde abajo, curiosos y embobados. Resulta que apareció por casa porque nos lo trajo un hombre que tocaba el piano. Cuando crece y sobrepasa los límites posibles del mundo-pote, la comunidad se divide y se pasa a otra persona, amablemente, para que acoja la nueva comuna de seres miniatura. Sí, es que yo pienso eso. Una comuna heterogénea de levaduras y bacterias de pleno derecho que han implantado un lactocomunismo y avanzan siempre derechos, guiados por la recta razón hacia el bien común. Su fuente única de recursos y sustento de vida es la leche entera de su mundo-pote. Y por los efectos devastadores que podemos tener sobre ellos, por su inevitable dependencia de nosotros, nos convertimos en una especie de dioses… de ordenadores del mundo… de manos providentes que intervienen para moldear el curso de la vida de la comuna lactocomunista. Están sujetos a nosotros. ¿Qué haremos cuando nos nieguen? Sin embargo, los dejamos crecer y seguimos bebiendo kéfir. 

martes, 10 de febrero de 2015

Al fondo de las miradas.

Cualquier cosa de esas que nadie comprende ni atiende, pequeña piedra que brilla al fondo de tus ojos.

Desteje el tiempo cualquier cosa de esas, pequeña piedra al fondo de tus ojos, que nadie atiende ni comprende; pero yo he quedado cautivo.

Destiñe el ruido cualquier murmuro
tuyo que nadie atiende ni comprende,
minúsculo al son de la música del tiempo; pero yo he quedado cautivo.

Destruye el cuerpo cualquiera de esos tuyos,
que nadie atiende ni comprende,
punzantes pasivos chasquidos; pero yo he quedado herido.

Destellan las formas los contornos,
deslizantes incesantes y agudos,
resquebrajados rasguidos incoloros; yo he quedado malherido.

Desdibujan aquellas cualesquiera paredes,
ni atendidas ni por nadie comprendidas,
que encierran embriagados tumultos de llantos vacíos; pero yo he quedado descompuesto.

Destejen las lágrimas cualquier cosa de esas,
de las tuyas piedras ínfimas al fondo de las miradas negras que nadie atiende ni comprende; pero yo lo he atendido.

Disuelven los tonos esas tuyas,
que nadie nunca ha comprendido ni ha parado a atender,
manos suaves y pieles mortales; pero yo las he tocado.

Destruyen cualesquiera que sean los sueños,
aquellos que alguna vez atendimos pero jamás comprendimos,
los incontables metros dormidos; pero yo los he medido.

Desmienten todas cualesquiera palabras,
acaloradas y alocadas de nosotros pronunciadas,
las realidades antagonistas y apagadas, de pies en el suelo; nosotros las hemos odiado.

Descansan futuribles los recodos,
cualesquiera que sean, vengan o vayan a venir,
que nuestras mentes recorran, adversarios del mundo; y nosotros lo hemos hecho, hemos mirado al cielo.

Dibujan,
cualesquiera que brillen,
las estrellas los poco alcanzables idilios etéreos en la cúpula nocturna, negra y clara; pero nosotros la hemos mirado.

Como cualquier cosa de esas que nadie comprende ni atiende, pequeña estrella que brilla al fondo de tus miradas…

lunes, 2 de febrero de 2015

Dichosa procrastinación.

Se llamaba (...) y una gota de sudor frío recorría su frente. Sobre la postergación indefinida, casi infinita, como una recta paralela a la vida y que nunca se corta, de las causas que tejían los sucesos futuros y futuribles. Las acciones posibles o probables volteaban su cabeza, las probabilidades reventaron su alma opaca. Perdido. Quizás si moviera un dedo, (...) sería el nuevo instigador de las masas, alzando su puño. Tal vez un mendigo mirando de cara al olvido si se frotara la mejilla derecha. Rascarse la nariz lo convertiría seguramente en un héroe de la música. Un escéptico enclaustrado filósofo, combatiente inamovible por el triunfo de lo realmente valioso, aguardaba manifestarse en el lóbulo de la oreja derecha.

Un respiro, permitiéndole ignorar momentáneamente las catastróficas consecuencias sucesorias, le proporcionó alivio suficiente para hacer descansar su mente. Meterse las manos en los bolsillos y sentarse en el suelo. Escuchar como le acariciaba el viento y cantar una canción de amor al oído del tiempo. Quizás, haciendo eso solo sería (...).

-Yo,  (...) , vagando y saltando por los hilos de las causas, he decidido renunciar a cualquier tipo de responsabilidad que se me atribuya por la decisión que fuere. Me limitaré a no atender a las consecuencias de mis actos, no haciendo nada si así lo considero oportuno o haciéndolo todo si así fuere mi deseo.-

miércoles, 21 de enero de 2015

Pseudomiradas rosarrojizas y esas cosas.

Me acerqué apresuradamente a devorar el cartel de la entrada del departamento de lengua y literatura, el cartel rojo donde sale un hombre mirando con mirada (valga la redundancia) pseudoprofunda que encaja dentro de todos los cánones de la publicidad y el diseño. Encima están los rojos esos tan intensos que te llaman. “¡Eh, acércate!” “¡Eh, tú, ven y léeme!” Y claro, ante el cartel yo estaba estupefacto, casi me sentía un tanto ridículo. Coño, coño, ya he visto el cartel de color rojo, ya voy, ya voy. Así que entré en el departamento de lengua y literatura porque tenía ganas de escribir. Tenía ganas de volver a devorar el teclado. Me encanta hacerlo, de verdad. Me siento por la noche frente al documento en blanco y vertiginosamente empiezo a golpear el teclado, sin freno y sin marchas, claro, con una única que te manda hasta la estratosférica altura por donde pululan como lanzas partiendo el viento tus desquiciados y locos pensamientos.

Bien, entré y pregunté por el certamen de relatos cortos. Lo más sorprendente de aquel momento fue que los allí presentes se quedaron un poco entrecortados al ver que mostraba interés; nadie había preguntado por el cartel rojo del hombre de mirada pseudoprofunda que incitaba a acercarse y lanzarse a la aventura de escribir. Salvo yo. Claro, yo sí lo hice. Y los filólogos que por ahí moraban vieron en sus caras reproducida una pequeña sonrisa. “Vamos a ver, y dónde hemos dejado las bases del concurso… el folleto ese informativo que lo ponía todo” Ahora la sorpresa fue mía. Uno de ellos metió las manos dentro de la papelera y la estrujó y revolvió hasta que sacó el folleto informativo del certamen. Lo que pasa es que estaba partido en trocitos. “Claro, nadie se  había interesado y supuse que ya nadie lo haría así que rompí el folleto y lo tiré a la basura.”

Ahora tengo el folleto en frente; o lo que queda de él. Son dos partes rosarrojizas con el mismo hombre delante. Y yo delante de él y yo delante del ordenador. No sé qué hacer y no sé por dónde empezar. Así que hago previos calentamientos al ejercicio mental que me dispongo a hacer. Me levanto de mi asiento y salgo corriendo por el pasillo. En el pasillo hay un espejo que siempre es víctima de mis bochornosos reflejos y mis gestos más acalorados y eufóricos. Pero es que yo necesito de ellos para llegar hasta la altura estratosférica de las lanzas punzantes que orbitan mi mente que son ideas que cortan el viento. Luego salto y llego y todas ellas se clavan en mi cráneo y hacen estallar un sinfín de reacciones, precipitan de golpe sobre mi cabeza. Ha llegado el momento. Salgo corriendo desde el espejo del pasillo, rápido, rápido, cada vez más rápido y me siento en la silla del ordenador. Voy a escribir. Voy a suministrarme esa dosis de letras que me mantiene vivo. Dale, dale a las teclas. Es una melodía. Cuando toco el piano a altas horas de la madrugada y lo azoto para escuchar acordes y sonidos imposibles, huecos y llenos, de colores sabrosos y oscuros, siento lo mismo.

Y es por eso que no os entiendo. No entiendo por qué nadie se muere por escribir. No entiendo por qué nadie quiere azotar el teclado. No entiendo por qué nadie quiere formar versos. No entiendo por qué fui el único apasionado por todo aquello. Con cada letra, con cada frase, como con cada nota que desprende mi piano de abajo desafinado, con todo ello te llenas de vida. Te llenas de energía, de un impulso insaciable que pretende no parar nunca de hacer esto. Es la cuerda que desata todo cuanto… A ver, cómo lo decía aquella frase. Creo que era:

“…nutrir con la literatura ese grano de locura que todos llevamos dentro”.


lunes, 12 de enero de 2015

Por un grito que diga que estamos vivos.

“…nutrir con la literatura ese grano de locura que todos llevamos dentro”.

Voy a cantar a la mediocridad porque tenemos el derecho legítimo a ser improductivos. Voy a gritar hasta rasgar las cuerdas vocales; supongo que es más airoso para el alma.

El abatimiento es lo único que esparcen desde las cimas. Eso y luego la belleza no existe, se olvida. Cae el espíritu en el pozo de la inutilidad práctica. Leed, ved, escuchad, pintad y oíd y pensad y fijaos en las esquinas de las habitaciones que no tienen gracia, porque todo eso no sirve para nada.

Pues yo prefiero oír el chasquido de una rama al pisarla con una de mis botas y quedarme atónito con ello, fundirme en el minúsculo instante en que se produjo el ruido, porque eso no vale nada. Yo prefiero salir corriendo, desnudo, con las manos en el aire y llevando conmigo una horda que entone una canción de esperanza. “Para mí resulta útil que el primer verso rime con el segundo”. Como un atardecer que empapa las conexiones nerviosas de cualquier ser engendrando una lágrima.

No os canséis de no servir para nada. No os canséis de nada. Porque el alma humana está en lo ínfimo, no en lo majestuoso. Oíd las voces de vuestros amigos. Reíd con ganas y llorad de pena, de alegría, de rabia. Desnudos lloraréis y abrigados seguiréis llorando. No lo olvidéis. ¿Y para qué? Para nada. Como una sonrisa que apunta como un rifle. Como una flor que se desangra con una ráfaga. Como un libro que se pudre, roído por las lecturas, en una estantería empotrada. Como tú y yo y nuestras miradas. Como aquel perdedor que pintaba en una esquina. Como aquella de ahí que miraba las estrellas y meditaba. Como la curiosidad insana por saber, por saber y saber y no llegar nunca a nada. Por esa curiosidad insana. Por la belleza de las cosas banales. Por eso, joder. Por la trascendencia de las cosas banales.

No olvidéis que eso es lo que realmente nos hace estar vivos y no acumular mierda encima de mierda. Eso sí que es inútil; con tantas cosas encima ya no podremos echarnos a volar.